Por Lily Ku Yanasupo
Hace poco, participando como panelista en un conversatorio sobre la violencia y el acoso en el mundo del trabajo, surgió una pregunta del público que me motivó a escribir esta nota: ¿Qué corriente feminista subyace a las normas laborales en el Perú?
En el momento pensé muy rápidamente sobre la pertinencia de abordar una cuestión teórica en un evento que estaba dirigido al público en general y en un espacio en el que debía ser breve. Entonces, preferí optar por una respuesta más sencilla que apelaba al derecho a la igualdad de toda persona, lo que hiciese más comprensible el problema de la violencia de género a todos y todas.
Al respecto, si bien Bell Hooks nos dice que “el feminismo es para todo el mundo”, lo cierto es que no todas las personas conocen las teorías o corrientes feministas porque no tienen acceso a la misma información ni comparten la misma realidad. Esta situación se ha hecho más palpable a partir de los resultados de la primera vuelta del proceso electoral que viene atravesando el Perú, y que muestran de forma predominante sectores que exigen cambios estructurales que los ayuden a librarse de la pobreza, el racismo y el clasismo, como sus principales prioridades.
No es menos cierto, sin embargo, que determinado sector de la población peruana que ha podido progresar y lograr cierto desarrollo social, hoy discute sobre las teorías feministas, la liberación femenina y la igualdad de género. El problema, quizá, es que no reparamos en que este discurso todavía es lejano y ajeno en otras realidades del país, donde las personas siguen luchando contra la pobreza, la explotación laboral y el olvido de las instituciones.
Y es que, en efecto, el feminismo es para todo el mundo -según la mencionada escritora feminista afroamericana- en tanto este sea entendido no solo como “un estilo de vida”, sino como una consigna transformadora que no tiene como único centro de lucha el género, sino otras categorías -como la clase y la raza- que también someten a las personas a relaciones desigualitarias. La conciencia colectiva sobre estas diferencias nos permitirá caminar como sociedad hacia una verdadera emancipación femenina, y no solo hacia la liberación de un determinado grupo de mujeres.
Debemos tener presente que la violencia de género es un tipo de violencia que surge del sistema hegemónico que nos gobierna -capitalista, patriarcal y blanco-, a través de la imposición de una identidad en la que debe predominar la dominación del otro: el pobre, el débil, el indígena, la mujer, etc. Debido a esto, podemos ver mujeres aconsejándoles a sus trabajadoras del hogar que no toleren las golpizas de sus esposos, mientras que a la par ellas se rehúsan a darles un salario decente o a apoyar una legislación que les reconozca derechos laborales.
Hemos visto mujeres llamar “ignorantes” a las mujeres del Ande por no usar un método anticonceptivo, o no exigirles a sus esposos ponerse un preservativo, y tener numerosos hijos.
Así también, hemos podido ver mujeres en altos cargos públicos escuchar los relatos de trabajadoras víctimas de violencia por parte de sus jefes, solidarizándose con ellas y a la vez negándoles una medida de protección inmediata bajo el argumento de que “existen procedimientos”.
Entonces, ¿de qué liberación femenina hablamos cuando sugerimos que las mujeres se subleven del maltrato doméstico, sin tener un empleo (decente), mientras son discriminadas socialmente y abandonadas por el propio Estado? ¿Por qué las mujeres deberían sentirme menos seguras en sus casas, que en una sociedad que las rechaza por pobres, ignorantes, indígenas u otros motivos?
Ampliar las bases del feminismo como apuesta política, requiere de una transformación social para que se superen fuertes obstáculos estructurales en gran parte de la población (acceso a salud y educación de calidad, alimentación y vivienda digna, empleos decentes y libres de explotación, etc.). Me queda claro que la lucha contra la pobreza, el racismo y el clasismo, es también parte de la lucha por la igualdad de las mujeres.
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Lily Ku Yanasupo es abogada constitucionalista y dirigente sindical.
Edición: Alejandra Bernedo
Imagen: Getty / El País