El origen de tanta pequeñez: un ensayo sobre vacunas y vacunados

Por Daniel Encinas

I

Hay golpes en la vida tan fuertes. Golpes como descubrir el vacunagate. La patria se muere, pero las élites roban. Mejor dicho, se vacunan privilegiadamente y en secreto. Son 487 pero son más. Y todo lo vivido en un año larguísimo de pandemia se empoza en el alma: hay mucha tristeza. Pero también hay rabia. A estas alturas, sospecho que mucha gente está añorando golpes menos poéticos: esos como el cono volador o el puñetazo en la cara del padrastro de la patria. Lo han dicho por ahí: esas respuestas son inaceptables desde todo punto de vista racional, pero qué ganas…¡Yo no sé!

II

Convengamos que hacer chongo es nuestra forma de catarsis colectiva. En Perú, la transmisión en vivo de la llegada del avión con el primer lote de Sinopharm fue acompañada al ritmo de DJ Vacuna. Entusiasmo a rabiar. Pero el vacunagate ha sido un recordatorio contundente de los tropiezos que hemos enfrentado no solo para adquirir vacunas sino también a lo largo de toda la gestión de la pandemia. Y podemos ir más allá.

Quisiera sugerir aquí que alrededor de estos tropiezos confluyen las múltiples dimensiones de nuestra pequeñez: la internacional, la moral-institucional y, como colofón, la electoral. Pequeñez, entonces, no de nuestra gente, sino de aquello que (no) la envuelve. Me interesa indagar el origen de tanta pequeñez.

Empecemos por la primera dimensión. La pandemia ha demostrado nuestra pequeñez a nivel internacional. No somos uno de los centros mundiales creadores de ciencia y tecnologías. Ni tampoco tenemos prioridad para acceder a los insumos indispensable para salvar nuestras vidas. Lo hemos visto en la compra de pruebas para detectar el Covid-19 y, ahora último, con las vacunas. Aunque hoy la situación ha mejorado (1) y no estamos en la posición más calamitosa de todas, los tropiezos son innegables. Mientras Perú parecía no conseguir vacunas, la Unión Europea ya tenía un exceso de 525 millones, Reino Unido de 165 millones y Canadá de 156 millones (2).

Veinte años de engordar el PBI hacen posible que digamos que el Perú avanza. Pero no han cambiado nuestra posición periférica. Sucede que nuestro trote de crecimiento económico, aunque sostenido, no es suficiente para alcanzar a los corredores profesionales que habían largado antes que nosotros en la maratón de la historia.

Entonces, ¿en qué momento se jodió el Perú? Una posible respuesta: varios siglos antes de la tristeza y rabia de estos días.

IV

Entre 1500 y 1800, Europa devoró el mundo. A este festín de cambios políticos, económicos y culturales le llamamos colonialismo europeo. Fue una imposición de personas e instituciones desde un puñado de países (considerados superiores) al resto del mundo (entendido como inferior). Nos dejó dependientes (para decirlo con Cardoso y Faletto) y acaso con las venas abiertas (diríamos con Galeano). Pero no ocurrió de la misma manera en todos lados.

Como ha destacado el politólogo James Mahoney, la España que conquistó buena parte de lo que hoy es América Latina era un imperio pre-capitalista o mercantilista (elija usted su jerga académica favorita). Estaba orientado hacia dominar y extraer recursos en el menor tiempo posible, imponiendo amplias regulaciones en la economía y una organización jerárquica que favorecía a una pequeña élite económica y política. En una frase: eran choros.

Evidentemente, el colonizador-cogotero se vio particularmente atraído por los más pitucos del barrio. Es decir, por sociedades como el Imperio Inca que tenían una formidable centralización política y una jerarquía social estricta. Es allí donde el mercantilismo penetró profundamente. Y donde se atrincheró en la historia. Cuando Perú finalmente se independizó, cargaba con un legado de poderosas élites comerciantes y terratenientes, contrarias al mercado, la inversión y la innovación e interesadas en perpetuar la subordinación de la población indígena. Élites, entonces, que no necesitaban instituciones administrativas, policiales y judiciales funcionales a mercados competitivos. La old school de los Cuellos Blancos y el Club de la Construcción.

Por motivos que no vale la pena comentar aquí, Perú logró evitar las peores trayectorias económicas del continente (Ecuador, Bolivia y El Salvador). Pero el legado colonial apuntado sí conspiró en contra de mejores resultados económicos (Argentina, Uruguay y Chile) y nos colocó en el podio del subdesarrollo social a lo largo de nuestra vida independiente. En suma, la pequeñez internacional podría replantearse como un legado colonial en términos geopolíticos y de niveles relativos de desarrollo.

V

Pero el determinismo histórico es insoportable. Hablemos de personas y de decisiones. La historiadora Carmen McEvoy nos ha recordado a lo largo de su obra (3) que tanto al comienzo de la república como ahora encontramos compatriotas que reconocieron y enfrentaron el legado colonial al tiempo que imaginaron un Perú diferente. Otras personalidades, en cambio, decidieron entregarse a los brazos del patrimonialismo.

Lo que me lleva a la segunda dimensión de la pequeñez. Con el vacunagate hemos constatado que nuestra posición internacional será pequeña, pero nuestras élites son enanas morales. Viene a la mente eso de que “el que no quiere a su patria, no quiere a su madre” (Calle 13). Pero seríamos ciegos de no reconocer ciertas continuidades con el pasado. La existencia de una lista VIP de vacunados tiene varios elementos que desnudan, una vez más, las dificultades para montar un estado de derecho en el Perú; esto es, una institucionalidad que encarrile las tendencias hacia el pillaje y la matonería. Un imperio de la ley que reemplace el imperio de la pendejada.

Primero, el privilegio. Los “invitados” son, oh sorpresa, los personajes con mayor poder político, cultural y económico del país: el entonces presidente Vizcarra, dos ministras, viceministros, diplomáticos, académicos, empresarios, curas, rectores, lobbistas, etc. Y su “entorno cercano”. Ni las discotecas de Asia. Asimismo, hemos sido testigos de la naturalización del privilegio. De ahí que existan tantas frases infames para resaltar. Pero nadie como el Doctor Germán Málaga. Abre la boca y nos regala un meme. La frase que se lleva el premio: “no se trata de privilegios, se trata de que así funcionan las cosas”. Y otro elemento es el secretismo rampante como kriptonita de una ciudadanía capaz de vigilar al poderoso y participar en la deliberación pública sobre los destinos comunes.

Al margen de la impostergable discusión sobre responsabilidades legales (4), quedan pocas dudas que lo sucedido califica como aquello que el prócer Sánchez Carrión denominó “lesa ciudadanía”: un daño gravísimo a la dignidad de la república (5) que se escapa de la rectitud y la justicia (6). En resumen, la pequeñez moral aparece como una decisión constante pero también como un reflejo de legados institucionales previos.

VI

Colofón. Digamos algo de la pequeñez electoral. Detrás de las cifras minúsculas de todas las candidaturas se esconde una elección sin emoción. ¿Cómo culparnos con todo lo visto en estos años? Pero recordemos. La vida no se detiene por nuestra tristeza y rabia. Quienes quedamos, quienes podamos, haríamos bien en considerar que cada capítulo de la Historia de la Corrupción de Alfonso Quiroz nos muestra un personaje reformista librando batallas “a menudo solitarias”. En el capítulo que hoy nos toca vivir, ya es momento de construir una ciudadanía reformista — esto es, un ente colectivo — que supere largamente en grandeza toda la pequeñez que nos rodea.

Agradecimientos:

Agradezco a Aarón Quiñon, Tania Ramírez, Fiorella Valladares y Lorena de la Puente por sus comentarios y sugerencias.

Imagen: Foto de José Morales @joszce.m

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