¿Se acerca el final de la Pax Americana? Descontento social y el futuro de los Estados Unidos

Por José Salinas Valdivia

Como es ampliamente conocido, en decenas de ciudades de los Estados Unidos han explotado protestas sociales como respuesta a la muerte de George Floyd por la policía de Minneapolis el pasado 25 de mayo. Las cruentas imágenes de su asesinato han circulado por las redes y esto ha generado múltiples muestras de solidaridad y rabia frente a la violencia sistemática y racial de la policía hacia la población afroamericana. Estas protestas continúan el trayecto del movimiento BlackLivesMatters, nacido como respuesta a un evento similar en el año 2014. Este movimiento se enfoca en visibilizar el abuso policial y en buscar reformas jurídicas en demanda de una mayor justicia racial.

No obstante, el contexto de estas recientes protestas es diferente. Las protestas por el asesinato de Floyd han coincidido con la profunda crisis social provocada por el COVID-19 y con una respuesta particularmente violenta de parte de las fuerzas del orden. Sumado a ello, a diferencia de sus predecesores, el presidente Donald Trump ha utilizado un lenguaje confrontacional al referirse a las manifestaciones, llegando a exigir a los diferentes gobernadores de estado que “dominen” a sus ciudadanos. Esta creciente retórica autoritaria ha sido ampliamente criticada por sectores de la sociedad civil, la oposición demócrata y ciertos sectores del Partido Republicano, al representar la peor respuesta de la administración. Como resultado, el nivel de descontento y violencia en las calles están convirtiendo a las ciudades estadounidenses en campos de batalla, a un grado que no se veía desde las revueltas en Los Angeles de 1992.

Dentro de este complejo y cambiante escenario, me gustaría debatir lo siguiente: ¿qué escenario le espera a los Estados Unidos después de las protestas? ¿Es posible volver a la “normalidad”, o acaso cambiarán las dinámicas de tal modo que sus consecuencias se dejarán sentir no solo a nivel nacional, sino global? Una posible respuesta es que podríamos estar frente al inicio del fin del proceso histórico conocido como Pax Americana. Este explica la hegemonía política de los Estados Unidos desde finales de la Segunda Guerra Mundial y es lo que, más recientemente, lo ha confirmado como líder global.

Concretamente, Pax Americana es un término de análisis histórico y político que explica la manera en que los Estados Unidos han mantenido una influencia hegemónica en la política y economía a nivel internacional. La noción hace referencia al momento de mayor expansión del Imperio Romano hasta el momento de decadencia. Como resultado, a pesar de la grandilocuencia del término, éste también implica un cierto sentido de inevitabilidad, al evocar la idea de que no todo imperio dura para siempre. El imperio americano entraría a una etapa de decadencia después de su periodo de pax. Por lo tanto, ¿es posible jugar a ser testigos presenciales de la Historia y estamos efectivamente frente al fin del imperio americano?

La respuesta no es simple y mi postura puede tener muchos puntos débiles, pero tiene sentido pensar que estamos en el inicio de un periodo de decadencia de los Estados Unidos como potencia global. Más allá de factores externos como la emergencia de China, el descontento mayor alrededor del mundo con el sistema económico y el terrible manejo en política exterior de la administración de Trump, sumado a las recientes protestas, son señales de cambios significativos a nivel de factores internos. Indican una menor confianza de la población estadounidense con la estructura política del país. En primer lugar, este mensaje a “dominar” las protestas generó una ruptura de confianza entre la ciudadanía y el gobierno federal. Como lo ha señalado, entre otros, la periodista Krystal Ball, el mensaje militarista del presidente es muy similar al utilizado en las operaciones militares en Afganistán e Iraq. En otras palabras, esta retórica trae a un nivel doméstico una violencia generada en las guerras del imperialismo americano de escala internacional. La visibilidad de esta violencia—mediante la inmensa cantidad de videos que están circulando en las redes—y la crisis económica y social producto de la pandemia, están generando un rechazo creciente en las estructuras del gobierno, no centradas únicamente en una oposición al liderazgo del mandatario.

Por supuesto, esta no es la primera vez que se manifiesta un descontento generalizado en contra del sistema. En las décadas pasadas, la oposición a las intervenciones en el Medio Oriente o las protestas de #OccupyWallStreet generaron similares respuestas y críticas profundas a la hegemonía estadounidense. No obstante, hay una diferencia fundamental con la intensidad de esta disconformidad producto de múltiples factores actuales enunciados líneas arriba. Este es el cuestionamiento a políticas que hace muy poco eran parte del consenso entre los partidos tradicionales y en buena parte de la sociedad americana. En el transcurso de unas pocas semanas hay múltiples llamados a reformar el sistema socioeconómico, a demandar mayor justicia racial, a reformar a la policía y a rechazar el intervencionismo como política exterior; todo al mismo tiempo.

Por otro lado, es probable que las razones y consecuencias de esto no vayan a desaparecer rápidamente. Es posible que el Covid-19 tenga un rebrote anual, que las reformas judiciales y en política exterior no lleguen a concretarse, o que el próximo gobierno mantenga la economía en “piloto automático”. Como consecuencia, a pesar de la presión social, siempre va a existir un deseo a que las cosas vuelvan a la “normalidad”. No obstante, y como resulta cada vez más evidente, se ha llegado a un punto de no retorno en el cual la nueva “normalidad” no es la hegemonía y estabilidad de la Pax americana, sino una constante sensación de crisis generalizada sin ninguna salida evidente. Un imperio no solamente necesita de poder externo, sino de cohesión ciudadana y hegemonía interna. Las protestas sociales de estas semanas son muestra de las profundas fracturas sociales que ponen en cuestionamiento la propia validez del sistema político en los Estados Unidos. Los efectos de estas fracturas puede que no sean inmediatos, pero definitivamente se dejarán sentir en su momento.

Volviendo al escenario nacional, es evidente que las protestas van a jugar un rol importante en las próximas elecciones, en las cuales el presidente Trump buscará la reelección, y el partido demócrata—en calidad de su presunto candidato, el ex-vicepresidente Joe Biden—buscará retomar el gobierno. Ambos candidatos representan, desde sus propios espacios, este deseo de “volver a la normalidad”. Por un lado, Trump busca proyectar una imagen de orden, conservadurismo económico y valores tradicionales, aún cuando su modo de gobernar haya sido poco ortodoxo. Biden, por el otro lado, representa un deseo de consenso público con reformas moderadas con el carisma de los años de Obama. La idea es que esta vuelta al pasado cercano de algún modo busque controlar el descontento y los antagonismos sociales. Esto suena bien en el papel, pero cualquiera que sea el ganador de las elecciones, demócrata o republicano, tendrá en los próximos cuatro años un gobierno contra las cuerdas desde un comienzo, presionado a abordar seriamente las causas de todo este fenómeno social.

No obstante, la hegemonía de los Estados Unidos no va a desaparecer de la noche a la mañana. De todas maneras, sigue siendo el país más rico y avanzado del planeta. El sistema financiero seguirá teniendo como referente al dólar—a pesar de la agresiva campaña económica de China en busca de una independencia financiera—, el país seguirá en la vanguardia en avances tecnológicos y científicos, y es difícil de que las protestas pongan al país en un riesgo existencial. En este sentido, es probable que, vista de algún modo, la situación volverá a cierto grado de “normalidad”. Pese a ello, quizás debamos de abandonar también las imágenes y tramas de películas hollywoodenses y reconocer que, en ocasiones, los cambios profundos en las dinámicas de poder no aparecen en forma de revolución o guerras civiles; sino en modificaciones más sutiles que cambian el engranaje del sistema político desde su interior.


José Salinas es licenciado en literatura por la Universidad Nacional de San Agustín (Arequipa) y estudiante doctoral en Estudios Hispánicos en Washington University in St. Louis (EE.UU). Su especialización es historia intelectual latinoamericana y producción y circulación de la cultura en el área andina.

Edición: Alejandra Bernedo

Diseño de imagen: Cristhian Rojas

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