No sin mujeres

Por Fabiola Arce

Mi premisa fundamental es que nuestro modelo cultural y mental de persona poderosa sigue siendo irrevocablemente masculino, puesto que si cerramos los ojos y conjuramos la imagen de alguien que ocupa una presidencia o la docencia, lo que la mayoría ve no es precisamente a una mujer, y eso ocurre incluso si quien imagina es una mujer: el estereotipo cultural es tan fuerte que, aún como fantasía o sueño, me resulta difícil imaginarme a mí misma o a alguien como yo, en mi papel.

Mary Beard. Mujeres y poder: Un manifiesto.

Siendo activista es muy común detenerse en varios momentos a pensar: “no puedo creer que sigamos discutiendo esto”. Cuando una se sabe activista y profesionalmente está en el intento de hacer una carrera en la academia, esa pregunta se torna aún más común; quizás porque es un tanto inevitable ser mujer en casi cualquier espacio competitivo y no ser al menos un poco activista. Y ese es el caso, creo yo, de ser mujer en la academia y ver que tenemos que seguir viendo y criticando paneles dedicados al despliegue de ideas de voces exclusivamente masculinas.

Hace tan solo unas horas volví a ver uno de esos afiches de eventos plagados de hombres. Un intento de representación de las ciencias sociales de la “mejor” universidad del país reducida a un bloque de masculinidad cisgénero. Ojalá pudiéramos decir que el evento al que aludía fue una extraña excepción, pero tampoco es el caso. Fue tan solo uno de los muchos desdichados paneles de hombres que explican cosas; de hombres a los que legitimamos en la esfera de lo público con la posibilidad de una voz reconocida de autoridad que les damos de forma exclusiva en uno y otro panel. Y aunque sé que a estas alturas de la consciencia de lo femenino y del rol que nos ha sido asignado históricamente, ver a “aliados” en estos paneles ya ni debería llamar la atención, este agregado aún interpela y aún duele. Y en el fondo una quiere creer que es una broma, una muy mala y muy estúpida broma, pero una broma al fin… y prácticamente nunca se trata de una broma.

Ese afiche fue un error. Y sí, es obvio, claramente lo fue. Nadie que se respete en las ciencias sociales o en cualquier otra disciplina podría pretender explicar básicamente cualquier fenómeno social prescindiendo de voces femeninas o del visibilizarlas en cualquier instrumento de difusión. Ya en el 2020 (y hace rato) eso es un absurdo. Y es precisamente por lo evidente del error que llama tanto la atención que esos paneles y sus instrumentos de difusión continúen existiendo. Además, cuesta creer, especialmente en espacios institucionales, que es una sola persona la que incurre en un error aislado, que es una misma persona quien idea el evento, invita ponentes, redacta los contenidos, diseña y añade las gráficas e incluye un logo institucional, que en el marco de un trabajo netamente individual se incluiría además de forma casi clandestina, y que sea esa misma persona quien incluya a otra de contacto casi sin consulta. Y aunque ciertamente ese escenario se puede dar, lo más probable es que los afiches que nos restriegan en cara el acaparamiento del debate en lo público por la voz masculina pasen por al menos tres miradas, sino más.

Una debe preguntarse entonces, ¿cómo es que un error tan garrafal para la época actual pasa desapercibido por todo el equipo involucrado? ¿cómo es que no se percibe ninguna ausencia? ¿cómo es que no se nota ningún exceso?

La pregunta se hace mas atroz cuando el instrumento de difusión finalmente se muestra y quienes salen allí nombrados, “aliados” o no, lo publicitan sin mayor observación y responden a la crítica, una vez que esta se da, con un “no lo vi” o simplemente no responden y, contrario a lo que una asumiría por el afiche, se quedan callados.

Voy a ser clara, yo a esos hombres tristemente les creo. Yo creo que no vieron. Creo que no vieron, como no vemos las fachadas de las casas cuando caminamos por la vereda, asumiendo la normalidad de su existencia, dejando pasar desapercibido algo que no nos toca ni amenaza, algo que finalmente nos permite continuar nuestras rutas y seguir con nuestras vidas. Es por eso por lo que yo no voy a cuestionar su capacidad de observación como una actitud física, yo voy a cuestionar el modelo cultural y mental que nos permite ver o que nos permite omitir y seguir. Y es por eso que voy a poner a Beard como un detonante para el cuestionamiento.

Mary Beard nos plantea una afirmación que es muy cruda y muy real. Y traída al caso, sirve para plantear el hecho de que el cuestionamiento a los paneles de solo hombres no es un cuestionamiento a los hombres en sí mismos sino un cuestionamiento al modelo de participación en lo público y a las vías mediante las cuales legitimamos a los referentes o potenciales referentes como voces autorizadas.  En este sentido, y como queda claro en la cita que abre este texto, es importante dimensionar que las mujeres no escapamos por nuestra sola condición de mujeres al estereotipo cultural, y muchas veces no escapamos a él ni siquiera en medio de la batalla por tirarlo abajo. Un panel de solo hombres no se salva de responder a este estereotipo excluyente por el hecho de haber sido diseñado por una mujer o por un equipo que las incluyera. Un panel de solo hombres, en nuestro mundo, con nuestra historia, es inevitablemente una afrenta a la igualdad. Y no sentir aversión inmediata por su composición monótona debe ser siempre motivo de alerta frente a todos los engranajes de la cadena de responsables.

Los paneles de solo hombres y aquellos que excluyen diversidades tienen que seguir llamando nuestra atención y tienen que seguir motivando nuestro reclamo público. Y por un buen tiempo aún tendremos que seguir incomodándonos con la frase cargada de cansancio del “no puedo creer que sigamos discutiendo esto”. Y habrá que seguirlo haciendo porque es un tema de justicia.

Siendo mujeres este es un tema de justicia porque los podios del discurso académico tienen que ser, parafraseando a Clorinda Matto, uno de esos espacios de despliegue del derecho que existe de pensar y de expresar el pensamiento. Y tienen que ser también un espacio de reconocimiento de trayectorias loables e ideas innovadoras, interesantes y útiles para analizar un mundo que acaso recién nos reconoce, al menos formalmente, como ciudadanas. Es un tema de justicia porque pone en juego los márgenes del criterio para la amplificación de voces de personas que observan, describen y analizan eso que llamamos y construimos objetiva y subjetivamente como lo válido o lo real.

Este es un tema de justicia también para los hombres, porque esto tiene que interpelar su propio derecho a vivir en una sociedad equitativa, que deberían defender por ustedes mismos y no en nuestro nombre. Este no es un asunto de hacernos un favor y darnos un espacio por caridad. No se trata de abrirnos espacio para que podamos “representar” a las mujeres que ustedes pueden sentir como un otro. Este tema debería indignarles y empujarles al discurso público y con contenido real porque alzar la voz contra este tipo de configuraciones, que bien pueden privilegiarles hoy, es su potencial mecanismo de garantía de una sociedad que no les oprima mañana en virtud de algún otro criterio injusto que goce de la condescendencia moral.

Mientras escribo esto, leo ya sin sorpresa otro de los mensajes que colegas panelistas me han escrito a propósito de un post público. En él, les digo que debería darles vergüenza que su defensa de la igualdad sea solo una fachada y casi que les ruego que, con acciones, me demuestren que estoy equivocada. Este colega en particular me cuestiona no haberle escrito antes de poner un mensaje público. Me dice que le hubiera encantado que le pregunte antes para que me cuente lo que él considera que es una justificación de un error que sin embargo dice asumir, y que creía que teníamos la confianza para conversar de esos temas. Me dice que las palabras que utilizo son una pena. E innecesariamente agrega un “Ojala nunca cometas un error”… esa frase infalible para para incitar la desconfianza en una misma en virtud de una falsa idea de construcción inmaculada de la “perfección pública” como imperativo, que de paso ayuda a hacerse la víctima.

Voy a aprovechar que ya voy cerrando este texto para decirle algo públicamente, precisamente porque le tengo confianza: lo que es una pena es que pienses, quizás “sin ver”, que en algo ayuda sacar un debate de lo público justamente cuando lo que debatimos es la presencia de nuestras voces en ese espacio. Ojalá no vuelvas a cometer ese error.

***

Fabiola G. Arce es politóloga con mención en política comparada por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y cursa actualmente la Maestría en Estudios Culturales en la misma universidad. Adicionalmente, se ha capacitado en dirección estratégica para la defensa y administración de crisis con el Instituto de Estudios Hemisféricos de Defensa y la Escuela Superior de Guerra Naval. Ella se desempeña profesionalmente como investigadora social, asesora en políticas públicas y pre-docente y es parte del Grupo de Investigación en Instituciones, Políticas y Ciudadanía de la PUCP. El año 2017 fue elegida directora de la Junta Directiva Internacional del movimiento global de derechos humanos Amnistía Internacional, cargo que ocupa desde entonces.

Edición: Alejandra Bernedo

Créditos de imagen: Facebook

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