Por Hernán Herbozo Sarmiento
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Este ensayo está dedicado al médico que acaba de perder la vida por el COVID-19 en el Perú. Que su compromiso por la salud de los que hoy sufren el flagelo de la pandemia dé los frutos que todos esperamos. Y que esto termine pronto.
Descansa en paz, Dr. W. A. B. C., héroe de la salud.
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“El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelga en las paredes de los abismos«.
José María Arguedas. Los Ríos Profundos.
Cada vez que reflexionamos en torno a nuestra historia aparece la sensibilidad de Arguedas recordándonos que, después de todo, somos (y hemos sido siempre) de todas las sangres. Nuestra identidad, vital y conflictiva, se encuentra en perpetuo movimiento, como el zumbayllu de Ernesto en la novela Ríos Profundos. El zumbayllu hace referencia al zumbido del trompo, mágico objeto que gira imitando la rotación del planeta tierra. El zumbayllu simboliza el movimiento incesante e integrador de la memoria, la cual escarba en lo recóndito de nuestros recuerdos, colocando cada elemento de nuestras vivencias en una suerte de crisol cargado de identidad, memoria, danza y música.
La migración, así como el zumbayllu de Arguedas, nos permite comprender la dinámica integradora de los grupos humanos que, por diversos motivos, tuvieron que dejar sus lugares de origen para instalarse en otros, muchas veces, muy distintos y hostiles. El proceso migratorio guarda en su seno historias de discriminación, segregación y violencia; pero también posee historias de reencuentro, cooperación y lucha individual y colectiva. La dialéctica de su dinámica representa la complejidad del proceso mismo de formación y transformación de las sociedades y de sus entornos, en donde la acción individual y colectiva de los seres humanos constituye la fuerza creadora que logra redefinir la cultura y la identidad de un pueblo.
Conocer y comprender la dinámica migratoria, así como las trasformaciones sociales y culturales inherentes a este proceso, permite tomar conciencia de nuestra propia historia y devenir, de nuestras taras que aún como sociedad no logramos eliminar y, sobre todo, nos permite identificar aquellos elementos transversales que nos integra como sociedad en ese crisol movilizador de esperanza, en ese zumbayllu eterno que nunca dejará de danzar en nuestro espíritu.
Inmigración y tratamiento diferenciado del otro
Durante la época del auge del guano existieron dos procesos de inmigración significativos: la movilización de una gran población de chinos coolies destinados, fundamentalmente, al trabajo en las plantaciones de azúcar y en la producción del guano; y la movilización de inmigrantes europeos que arribaban a tierras americanas debido a las reformas industriales desarrolladas en Europa. Sin embargo, ambos procesos fueron vistos y tratados de formas diferentes.
Las condiciones laborales de los chinos coolies fueron de semi-esclavitud. Por otro lado, la integración de esta población a la sociedad limeña se veía obstaculizada debido a la distancia cultural e idiomática existente. A ello se suma, principalmente, el discurso de la clase dominante esencialmente racista, el cual resaltaba lo occidental como el horizonte del desarrollo y de la modernidad. Con la experiencia de los coolies como mano de obra semi-esclava en la producción del guano, la clase dominante reproducía viejas prácticas del colonialismo, como el enganche y la extrema precarización laboral. Sin embargo, el tratamiento de la migración europea tuvo otra perspectiva: “la recepción de los sectores urbanos y gobernantes a esta migración fue favorable, debido a las fantasías existentes acerca de la superioridad racial europea. A esto hay que agregar, en menor medida, los empleados y funcionarios de compañías extranjeras, especialmente inglesas, que decidían establecerse en el Perú”.
Los principales comercios que iban implementándose tenían el sello de algún comerciante italiano o francés. La apertura al migrante extranjero occidental llevaba consigo una consigna eugenésica: mejorar la raza. La idea del mejoramiento de la raza promovía, desde la clase dominante, la necesidad de recibir migrantes europeos, pues con ellos nos acercaríamos más al horizonte del progreso y de la modernidad. La transmisión de la superioridad cultural era una interpretación venida del darwinismo social, de la idea jerarquizadora de las razas y de la supervivencia y desarrollo de las más aptas. La base de esta estructura jerarquizadora estaba compuesta por los indios, negros y los coolies, siendo el ideal la imagen del blanco occidental.
No obstante, “lo peculiar de la capital peruana, a diferencia de otras capitales del Cono Sur, es que esta migración no europeizó la ideología, el sentido común y las costumbres en general de los grupos gobernantes. Por el contrario, fue el ingrediente que permitió crear la fantasía de una Lima señorial, con sus peninsulares incluidos”. La concepción de lo nacional no era rechazada. La idea de lo blanco occidental no implicaba la negación de la construcción de lo nacional. Sin embargo, la abstracción de lo nacional quedó sintetizada con la aparición del mestizo, actor importante que empezó a formar parte cada vez más participativa en el interior de la sociedad. No obstante, la identidad seguía siendo una imagen borrosa, la cual escondía el mismo espíritu segregacionista de la mentalidad colonial.
Pese a que las características de las siguientes olas migratorias obedecieron a factores diferentes, parece ser que la mentalidad colonial de la división racial del trabajo y de la segmentación de la sociedad a través de un discurso segregacionista persistió instalada y consolidada la república. Esta misma mentalidad segregacionista se prolongará hasta bien entrado el siglo XX, incluso hasta nuestros días.
Hemos visto las marcadas diferencias en cuanto al tratamiento de la inmigración europea y la china, y de qué manera la experiencia del recibimiento del otro en la ciudad obedeció a una estructura de control y de organización de los deseos de la clase dominante. Sin embargo, en la primera mitad del siglo XX, empezará a desarrollarse un proceso migratorio no registrado anteriormente.
Primera ola migratoria: conceptualización de un nuevo actor social
En el contexto del proceso migratorio de los años veinte, el cholo empezó a aparecer como un sujeto social relevante dentro de la dinámica de la ciudad. En ese sentido, es importante señalar lo que Francois Bourricaud plantea respecto al cholo:
“Ha de comprenderse que, aun cuando el término sea muy antiguo y de un empleo muy corriente a partir de la época de la colonia, el cholo es un personaje moderno. De ningún modo debe confundírselo con el mestizo tradicional, el cual, por lo demás, no ha desaparecido enteramente de las pequeñas ciudades de la sierra”.
Bajo este enfoque, el cholo no es parte del mundo de los mistis, del mundo occidental, pero tampoco sus intereses se encuentran totalmente relacionados con los del ayllu. El cholo se encuentra en un estado de marginalidad, cuya movilidad se encuentra entre ambos grupos sociales, pues no vive en los barrios reservados para los indios, pero tampoco es parte integrante de la clase terrateniente ni de la clase política dominante (la única vía a través de la cual el cholo puede acceder a mayor movilidad social es siendo parte de la vida militar). Sin embargo, cumple una función de liderazgo en las comunidades.
Además, Bourricaud señalaba que es a él (el cholo) a quien «el prefecto o sub-prefecto designa para ejercer las funciones de autoridad en el interior de las comunidades. Tiende un puente entre los mistis y los indios. Y así se hace a menudo sospechoso a unos y otros, pues ya está con los primeros, ya está con los segundos”. Ese liderazgo es asumido por el cholo debido a su capacidad de interacción con ambos grupos sociales. Conoce la realidad y las necesidades del ayllu, así como comparte sus aspiraciones con los mistis.
José María Arguedas distingue dos tipos de cholo: el cholo doméstico y el cholo comerciante. El cholo doméstico respondía a las tareas cotidianas de la comunidad. El mestizo era quien cumplía dicha labor y la comunidad lo llamaba para, justamente, cumplir dichas tareas. Mientras que el cholo comerciante es activo y móvil.
“Anda siempre por los montes y los valles y trueca los productos de la costa por los de la sierra (…). El cholo está entre el indio y el misti. Pero tan pronto se entrega al segundo como procura constituirse en protector del primero, y pasa por ser una mala cabeza o un cabecilla a los ojos de los notables. Ha de comprenderse que, aun cuando el término sea muy antiguo y de un empleo muy corriente a partir de la época de la colonia, el cholo es un personaje moderno. De ningún modo debe confundírselo con el mestizo tradicional, el cual, por lo demás, no ha desaparecido enteramente de las pequeñas ciudades de la sierra”.
El cholo que llega a la ciudad se constituye como la base del proceso migratorio; son quienes, de manera progresiva, reciben y ayudan a los otros migrantes venidos de la sierra para instalarse. Esta primera emigración de la década del 20, en una época en la que Lima es aún una pequeña ciudad, se dirige primero hacia el sector terciario: la universidad, las escuelas de todo género, las fábricas, las empresas. Este proceso fue cuantitativamente limitado y ordenado. La región de Puquio fue la principal afectada por este proceso y de donde emigraron 2000 personas. El orden del proceso implica dos momentos importantes: los que llegaron antes, la vanguardia, quienes desempeñan el papel de instigadores de la migración; y los recién llegados, quienes eran recibidos por los primeros migrantes, por los iniciadores, aquellos que lideraban el proceso de migración. Esto permite mencionar la importancia que tuvieron los clubes provinciales en Lima. Estos clubes daban protección a los recién llegados, así como les brindaban ayuda para que puedan instalarse en la ciudad.

Este primer proceso de migración interna se ubica en el contexto de la caída de la República Aristocrática y del surgimiento del populismo de Leguía, así como en un contexto de significativas convulsiones sociales. Durante el gobierno de José Pardo, la influencia del discurso del anarco-sindicalismo de Manuel Gonzales Prada y el surgimiento de las primeras organizaciones sociales de trabajadores daban muestras de una clase obrera más consolidada. En ese contexto, los salarios de los obreros aún se encontraban afectados por la espiral inflacionaria de la post-guerra. Esto dio como resultado la masiva huelga por la jornada laboral de ocho horas en enero de 1919. Unido a esta masiva protesta, se forma el Comité Pro-Abaratamiento de las Subsistencias en 1916. Esta organización reunió a más de 30 mil trabajadores de Lima- Callao: “la razón principal de su éxito era la intensificada espiral inflacionaria de la post-guerra, que había visto duplicarse los precios de algunos de los alimentos de primera necesidad”.
La clase obrera iba dando indicios de una creciente organización y una capacidad de acción importante. La política en manos de la oligarquía civilista iba cayendo inevitablemente. En ese proceso, Leguía reaparece en la escena política con un discurso renovador y populista. Era la época de las corrientes indigenistas, así como de las protestas campesinas en la sierra sur. La identificación de Leguía con el capitalismo modernizador hizo que tomara acciones en contra de la clase gamonal, antiguos aliados del civilismo: “como el indigenismo había penetrado en grandes sectores de la clase mestiza, media y trabajadora urbanas, Leguía consideró la adopción de este movimiento como una ventaja política, lo que significaba ponerse del lado del campesinado indio en contra de los gamonales”.
Por su parte, los líderes locales del campesinado compuesto por emigrantes de la sierra sur, formaron en Lima el Comité Central Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo, con ramas en el altiplano, que fue reconocido por el gobierno central. Este Comité impulsó la creación de colegios y servicios médicos en las comunidades. Este es un claro ejemplo de las acciones estratégicas que desarrollaron los migrantes andinos en la época de los años veinte.
Así como Leguía identificó, pragmáticamente, que el apoyo al campesinado pasaba por ir en contra de los intereses de los gamonales para así generar un apoyo político de ancha base a su propuesta populista, los líderes campesinos instrumentalizaron también dicho apoyo para el beneficio de sus comunidades. En ese sentido, la instrumentalización del Estado, como veremos, constituye una constante en las relaciones de poder entre los grupos de migrantes andinos y la clase política centralista del país. Sin embargo, en este contexto, el cholo aún era un actor no tan significativo dentro de la dinámica de la sociedad limeña de entonces. Es decir, el cholo aún no era el protagonista principal del proceso transformador del espacio urbano. El discurso del mestizaje, tan aclamado por las élites centralistas, no reconoce la capacidad de acción concreta del indio, el cual busca su propio progreso en medio de las estructuras de dominación por años levantadas. El mestizaje es un discurso ideológico que esconde en su supuesto universalismo: la conservación de las relaciones de dominación existentes. La influencia colonial de la jerarquización racial de la sociedad no ha desaparecido y ha persistido como una mentalidad refugiada en la borrosa imagen de una identidad estratégica llamada cultura mestiza.
Segunda ola migratoria: Dinámica, asentamiento y acción transformadora del nuevo actor social
Es la oleada migratoria registrada a partir de los años cincuenta la etapa donde el cholo empieza a aparecer como actor relevante en la dinámica de la transformación de la ciudad. Las barriadas son espacios que fueron estructurándose debido a la gran cantidad de migrantes que venían fundamentalmente de la sierra a instalarse en la capital. Este tipo de migrante no comparte las características propias del migrante de los años veinte. No eran los pequeños empleados, artesanos y jornaleros, descritos por Arguedas en su clasificación del migrante andino los que empezaban a instalarse en las periferias de la ciudad. Es un nuevo actor social que despertó el temor de las élites dominantes y de los beneficiarios del orden.
Esta segunda oleada migratoria alteró los índices demográficos en la ciudad y en el espacio rural: “la población urbana pasó de 26.9% en 1940 a 40.1% en 1961, a 53% en 1972 y a 70% en 1993”. La invasión de tierras fue la modalidad a través de la cual las barriadas iban conformándose en el espacio urbano. Lima iba presentando dicha transformación de manera creciente debido a ser la ciudad con mayor recepción de migrantes andinos. Según Rousseau, la población de Lima creció 591.000 en 1941 a 3,3 millones en 1972 y a 6,5 millones en 1993. Cabe resaltar que durante el régimen de la llamada revolución de las fuerzas armadas, el proceso de migración se intensificó, constituyéndose una creciente capa urbana dedicada a la informalidad y al sub-empleo. La reforma agraria enarbolada por el régimen militar no tuvo los efectos esperados. Decreció la productividad en el campo debido a la carencia de insumos agrícolas y a causa de la implementación de un modelo económico impreciso, cuya práctica llevó al país, una vez más en la historia nacional, al borde de la bancarrota. Bajo la perspectiva de la revolución de las fuerzas armadas, cuya consigna era ni capitalismo, ni comunismo, la inversión pública incrementó.
El problema estuvo en que, por decisiones políticas, el gobierno no quería aumentar los impuestos y en consecuencia en 1969 el déficit económico del sector público aumentó de 382 millones de soles a 30,591 millones, en 1975. En cuanto a la tasa anual de crecimiento de la productividad promedio nacional por trabajador declinó de 2% durante 1960-68 a sólo 1.7% por año durante la primera fase del régimen militar (1968-75) y se tornó negativa, -2.1%, durante la segunda fase (1975-1978). Por regiones, vemos que en las áreas rurales y urbanas las tasas efectivas fueron de 1.1%, 0.4% en la primera fase del régimen militar, y 0.0% y -2.7% en la segunda fase. El campo cayó en un grave estancamiento y, por otro lado, el espacio urbano en las ciudades fue golpeado debido al crecimiento galopante de trabajadores.
En sentido práctico, más de dos tercios de trabajadores agrícolas no se beneficiaron de ninguna de las reformas estructurales que experimentó el régimen militar. La migración hacia las ciudades aumentó, lo cual implicó un creciente sector informal, sector de auto-empleo e independiente que no fue beneficiado tampoco por las reformas revolucionarias de los militares. La nacionalización de las empresas, la creación de empresas públicas, el no pago de impuestos, la ausencia de una modelo macro-económico que enmarque las políticas de planificación económica, un contexto internacional de adopción del modelo económico por sustitución de importaciones, reformas populistas y creación de empresas sin fondos, autoritarismo y control de los medios de comunicación, fueron las características relevantes de un régimen que fracasó y que motivó un proceso migratorio masivo.

Sin embargo, no son estos aspectos objetivos los únicos que motivaron el proceso migratorio. Pese a la problemática económica que dejó el régimen militar, no cabe duda que existió una expansión económica en el sentido de incluir en la política del gobierno el problema del campesinado como núcleo de la planificación de las reformas más relevantes. También generó un contexto favorable a la conformación de partidos reformistas y de izquierda que se correspondieron con las aspiraciones de estas poblaciones migrantes. El contexto económico, si bien no tuvo resultados muy positivos en el espacio agrícola, de alguna forma hizo sentir en el poblador andino, dedicado al agro y por años maniatado al poder de los hacendados, un sentimiento de liberación de las estructuras de dominación tradicional y colonial. Este sentimiento, unido al espíritu pionero de los migrantes andinos, integra el canon explicativo del fenómeno de migración.
Analizar la conformación de las barriadas es fundamental para comprender la estructuración espacial que irá desarrollando la dinámica de los nuevos migrantes en el espacio urbano. En ese sentido, es importante hacer una distinción entre dos categorías de conformación espacial: el tugurio y la barriada. El tugurio es “una zona pobre, abandonada, generalmente casas que tal vez en algún momento fueron lujosas y que con el transcurso del tiempo envejecieron y resultaron abandonadas por sus dueños iniciales (…) El tugurio no cuestiona la definición del espacio en la ciudad”. El tugurio muestra la decadencia de una época y la miseria de un tipo de pobreza que no logra redefinir la organización espacial de la ciudad. Lima seguía siendo la ciudad de la clase dominante del país. Con la segunda oleada migratoria, las barriadas constituidas en la ciudad mostrarán un tipo de pobreza diferente.
Es justamente esta pobreza la que conlleva a la redefinición espacial y cultural de la ciudad: “se trata más bien, de la renovación del espacio urbano a través de la pobreza”. La barriada, en ese sentido, empieza a expandirse no solamente como un fenómeno de redefinición física del espacio, sino también como un proceso caracterizado por profundos cambios culturales. Esto no quiere decir que con las barriadas se experimentó un proceso de invasión destinado a destruir la ciudad del poder político, con consignas propias de un proletariado interno con sed de justicia. En efecto, no se descarta la idea de justicia en el discurso del poblador migrante, pero cierto es que lejos de conformar un proletariado interno con afanes revolucionarios, el nuevo migrante llega bajo la perspectiva de la búsqueda de la modernidad y de la integración. Quizá sea por ello que Sendero Luminoso no encontró la recepción esperada por parte de las poblaciones de los pueblos jóvenes.

Para Carlos Franco, esta segunda oleada migratoria, a comparación de la anterior, significó una ruptura histórica con respecto a la comprensión clásica de la sociedad peruana a través de la dicotomía espacio rural y espacio urbano. La migración de los años cincuenta significó “una ruptura en el corazón de las orientaciones valorativas, los patrones conductuales, los modos de la conciencia y la práctica social que dotaban de sentido a los más íntimos y subjetivos mecanismos gobernantes de la evolución del país”. En efecto, la población que migra del espacio rural persigue la idea de establecerse en la ciudad, idea guiada por la idea de la modernidad y por la idea de participar en ella. Es preciso señalar que la migración también se explica por los mecanismos de expulsión de la sociedad rural. La escasez de las tierras distribuibles, la apropiación de los hacendados de los dominios comunales, los rigores extremos de la servidumbre campesina, las malas reformas aplicadas al sector agrícola. Sin embargo, la experiencia de migrar no puede ser explicada solamente a través de las condiciones objetivas.
La subjetividad del migrante es un universo significativo que nos permite visualizar el sentido que explica el proceso migratorio desde la experiencia misma del migrante. El hecho mismo de abandonar el lugar de origen y enfrentarse a un espacio desconocido, el hecho de optar por el riesgo y no por la continuidad de la vida en el campo, el funcionamiento de las imágenes de continuidad y de progreso en la imaginación del migrante, entre otros aspectos, constituyen elementos relevantes que explican la estructura motivacional del proceso migratorio mismo. Por lo tanto, lo que sí está claro al tomar en cuenta la subjetividad del migrante como horizonte explicativo del fenómeno migratorio es que hubo un proceso de liberación de la subjetividad campesina y provinciana. Esto apunta a que el campesino, decidido a migrar, opta por sí mismo y se libera de las formas tradicionales a las que se encontraba atado. Esta opción implicó asumir el riesgo que traía consigo el hecho mismo de llegar a un lugar desconocido, pero también implicó una forma de comprender el futuro a través de la idea del progreso. Este hecho muestra una característica ontológica del migrante, una condición de existencia con la cual enfrenta el camino de la migración.
Es importante señalar dos aspectos importantes relacionados a este proceso de enfrentamiento que el migrante experimenta en el espacio urbano: el migrante busca integrarse a la llamada modernidad y a la vez construye una forma diferente de la misma; por otro lado, el migrante presenta una poderosa voluntad constructiva y sin embargo no subvierte radicalmente el orden de las cosas. Esto muestra la actitud adaptativa y a la vez transformadora del migrante. En el proceso de urbanización, en donde el migrante va tomando mayor protagonismo, se verán justamente estas tensiones. La economía informal, la cultura chola y las organizaciones populares diferentes a las organizaciones sociales tradicionales, son expresiones de los complejos cambios que atraviesa la sociedad en el interior de la ciudad. Estos cambios rompen con las formas sociales tradicionales con las que se organizaba la vida social y cultural de la sociedad; sin embargo, dicha ruptura no implicó la negación de lo establecido, ni la subversión del orden de las cosas como programa político. Hubo una tensión, como señalaría Carlos Franco, entre la institucionalidad plebeya y la institucionalidad modernizante.
El avance del migrante desde la exclusión y marginalidad hasta las fronteras de la integración e inclusión, atraviesa un camino donde se percibe una ambigüedad significativa que va entre las formas sociales creativas del migrante y las formas sociales institucionales de las clases altas y medias de la ciudad, “y es ambigua porque, con respecto a ésta, ella es simultánea, y según se mire, adaptativa y cuestionadora, funcional y contestataria”. La informalidad es un claro ejemplo de dicha convivencia. La empresa informal nace como producto del proceso adaptativo al sistema capitalista, pero transgrediendo las normas planteadas por la institucionalidad modernizadora. Sin embargo, dicha empresa informal reproduce el sistema donde participa también la empresa moderna. Asimismo, nacen nuevas formas de organización social, clubes de madres, comedores populares, asociaciones de productores, sin que ello implique la desaparición de los gremios sindicales tradicionales. Frente a esto, es importante señalar que la especificidad de la cultura chola, la cual iba forjándose como un fenómeno social que comprendía rasgos específicos venidos del mundo andino, no era simplemente una copia perversa de la cultura de la modernidad. El proceso de construcción de la cultura chola de la nueva plebe urbana se daba a partir de relaciones de asimilación, conflicto y recreación de la cultura dominante.
La dinámica política entre el poder del Estado y los grupos migrantes trasluce nuevamente la ambigüedad de la que hace referencia Carlos Franco. Los nacientes y crecientes pueblos jóvenes se instalan en la ciudad con actitud vigorosa, cuestionadora, enfrentando al poder del Estado. Pero dicho enfrentamiento tiene su límite, así como el discurso de la autonomía y de la autogestión. Una palabra clave nos explicaría el funcionamiento de dichas relaciones: la instrumentalización.
El pragmatismo es parte del conjunto de actitudes y prácticas estratégicas de los migrantes instalados en las barriadas: “en efecto, la experiencia de las décadas 50-70 parece mostrar un estilo político de la plebe urbana en el que se asocia el uso vigoroso, intermitente y controlado de la presión social y una característica relación clientelística con figuras autoritarias o paternales, siempre y cuando dispongan de poder en el Estado y los partidos, con independencia de su orientación política”. No era, por lo tanto, un cuestionamiento de tipo ideológico lo que los acercaba al Estado y a los partidos políticos, sino una estrategia socio-cultural que presentaba como objetivo conseguir beneficios para el desarrollo de sus espacios como: infraestructura básica, pistas, agua, electricidad, alcantarillado.
Ahora bien, se ha caracterizado el contexto y la aparición del migrante andino como actor relevante en el proceso de trasformación del espacio urbano. La conformación de las barriadas, como hemos visto, forma parte consustancial de dicho proceso. El migrante, guiado aún por su propia decisión, sin olvidar las condiciones objetivas del contexto, migra a la ciudad para encontrar la modernidad y participar de ella. En las barriadas, la modernidad presenta una connotación existencial de ir obteniendo, de manera progresiva, mejor calidad de vida. En ese sentido, la pobreza, que es otro tipo de pobreza a diferencia de la representada por los tugurios criollos, reviste la dimensión urbana. Carlos Franco utiliza la metáfora la otra modernidad para señalar justamente cómo, en ese afán de ser modernos y participar de dicha modernidad, el migrante andino genera nuevas formas culturales y materiales de expresión que redefine la concepción clásica del término. Sin embargo, con el estallido del conflicto armado interno, sucederá otro proceso migratorio. Este se caracterizará justamente por ser una diáspora interna, un proceso de desplazamiento forzoso de las víctimas por la violencia. Para ello, es preciso considerar algunos datos estructurales que condicionan el desarrollo de dicho proceso.
Diáspora interna: un pueblo destinado al exilio
Los años ochenta se caracterizó, como señala Sinesio López, “por la pauperización de las clases medias, la descampesinización sin proletarización, la desproletarización y la informalización de las clases populares, la crisis de los partidos y el colapso del Estado intervencionista. El modelo económico de la industria por sustitución de importaciones fue decayendo debido a la incapacidad de generar competencia en el mercado internacional y a un proteccionismo que terminó perjudicando la economía peruana. La crisis empezó a vislumbrarse desde la fuerte recesión de la economía durante el segundo gobierno de Belaúnde, quien aplicó medidas ortodoxas para suplir los problemas que había generado el gobierno militar.
Sin embargo, del débil y condicionado liberalismo de Belaúnde se pasó a un régimen más bien heterodoxo y estatista. Con el gobierno aprista se desarrollaron medidas ligadas a la política de intervención estatal selectiva de la economía y a los subsidios a la comunidad empresarial. Estas resultaron positivas en un inicio. Pero la desconfianza del sector empresarial, la presencia y avance de Sendero Luminoso, la fuga de los capitales, los conflictos con las fuerzas armadas, empezaron a deteriorar el régimen. Para 1987 “la inflación subió de una tasa anual de sesenta y cinco por ciento a 114,5 por ciento. (…) Aún más preocupante era el fuerte giro del superávit comercial: las reservas, debido principalmente al alza de las importaciones, pasaron de un superávit de $1,2 billones en 1985 a un déficit de $521 millones en 1987, el más alto desde 1981”. El subempleo y la informalidad crecían exponencialmente al ritmo de la caída de la recaudación fiscal del Estado. El sector agrícola, que había sido impulsado nuevamente a través de los créditos que le otorgaba el Estado, cayó nuevamente debido a la crisis.
Ligado al fracaso de la política económica del gobierno aprista se encontraban las tensiones sociales en el interior. Sendero Luminoso asolaba los pueblos de la sierra, principalmente Ayacucho, Cusco, Huancavelica, Apurimac. En el período de 1982-1985 se da un proceso de intensificación de la violencia subversiva en el departamento de Ayacucho. En este contexto, el informe de la CVR identifica tres procesos.
– El intento por parte del PCP-SL de imponer su modelo de estructura social y estatal en el campo ayacuchano a través de la formación de los llamados “comités populares”.
– La resistencia cada vez más creciente (especialmente a partir de 1983) de la población campesina ayacuchana al proyecto totalitario senderista.
– La intervención de las Fuerzas Armadas en el conflicto armado interno y la estrategia de la organización subversiva para provocar actos de represión violenta e indiscriminada por parte de las fuerzas del orden.
Es en este contexto en que se desarrollan las primeras migraciones a causa del conflicto armado interno. No obstante, es preciso señalar cómo iban organizándose, en medio de la crisis política y económica, los pueblos jóvenes en el espacio urbano. Esta precisión es importante debido a que son los pueblos jóvenes los principales espacios de reinstalación de los migrantes a causa del conflicto armado interno y también los más golpeados por las acciones senderistas en su estrategia de reclutamiento y de ensanchamiento de su base de apoyo.
Rol de la mujer en la vida organizacional de las barriadas
Partamos por contextualizar el rol que cumplió la mujer como actor significativo en la lucha por el desarrollo de los pueblos jóvenes. Como manifiesta Marfil Francke: “son las mujeres anónimas que, venciendo la oposición de maridos, dirigentes y gobernantes, se están organizando en defensa de la vida, esta vez amenazada por la crisis económica y política más profunda que nos haya tocado desde la declaración de la independencia”.
Las formas de organización predominantes de las barriadas eran las organizaciones vecinales que fueron impulsadas, muchas de ellas, bajo el régimen militar de Velazco. La conformación de los Comités Pro Desarrollo Comunal (COPRODE), que estuvieron unidos a los partidos de izquierda, tuvieron una dinámica intensa en la vida política dentro de las barriadas en la década de 1980. Estos comités estaban abocados al desarrollo material del asentamiento y fueron liderados por las mujeres. Pero es con la conformación de las organizaciones sociales por la supervivencia, llamados también organizaciones sociales de base, que la vida comunitaria tuvo mayor presencia y liderazgo.
La conformación de los comedores populares, mucho más conocidos a partir de la década de 1980, forma parte de esta iniciativa de trabajo colectivo, libre y organizado, que las mujeres emprendieron para enfrentar los desafíos del desarrollo de sus asentamientos. Había comedores autónomos y autogestionarios, así como comedores creados por el Estado o por algún partido político. Esto implicó significativos conflictos entre comedores, pues los comedores autónomos denunciaban que los creados por el Estado respondían a las iniciativas del gobierno y no a las necesidades de la comunidad. Esto refleja la intensa vida política que fue desarrollando estas organizaciones.
Con la guerra de baja intensidad propiciada por Sendero Luminoso y los grupos paramilitares y militares, la vida en los asentamientos tuvo un giro significativo. Los líderes de las organizaciones populares se convirtieron en blancos de Sendero Luminoso: “Sendero Luminoso empleó amenazas y todo tipo de tácticas para desestabilizar y destruir las organizaciones sociales que se mostraban reacias a unirse a sus filas. Por otro lado, las tendencias de izquierda de las organizaciones sociales de base las convertían en sospechosas perfectas a los ojos de las fuerzas de contrainsurgencia del Estado”.
Entre las mujeres dirigentes víctimas de Sendero Luminoso están: Juana López, dirigente del Vaso de Leche, asesinada; Emma Hilario, dirigente de la Central Nacional de Comedores, sobreviviente de un ataque feroz; María Elena Moyano, famosa dirigente del distrito de Villa el Salvador, asesinada brutalmente; etc. Las fuerzas contrainsurgentes también violentaron dichos sectores populares a través de persecuciones, amenazas, rastrillajes y violación a la propiedad privada de los dirigentes y pobladores. Todo ello trajo consigo una fuerte crisis política que afectó el tejido social al interior de estas organizaciones.

La migración durante el conflicto armado interno
Al inicio se había mencionado las condiciones tanto materiales como simbólicas que englobaron el proceso de migración del habitante andino al espacio urbano. En la conceptualización del nuevo actor relevante, que dio inicio a la transformación sustancial de la fisionomía cultural y espacial de lo urbano, se había considerado aspectos tanto objetivos como subjetivos que llevaron al poblador andino a optar por el cambio y la movilidad. La síntesis de ambos condicionamientos permitió que el poblador andino decida, por cuenta propia, migrar a la ciudad. Dicha capacidad de decisión implicaba cierto margen de maniobra personal con respecto a la construcción de su devenir. Esta capacidad ya no sería parte estructural de dicha subjetividad durante el proceso de migración forzosa a causa del conflicto armado interno.
Al respecto, Carlos Iván Degregori señala que la migración cambia significativamente en los años ochenta con la guerra: «Por la violencia, los que salen, sobre todo de las zonas quechua-aimaras, ya no son migrantes sino desplazados de guerra”. Esta condición de desplazados por la violencia cambia el espíritu de las primeras migraciones. La actitud pionera del migrante andino implicaba justamente poner en práctica esa capacidad de imaginar, planificar, decidir en torno a su propio futuro. La ilusión por encontrar mejores condiciones de vida ligadas a la modernidad desaparece con este tipo de migración forzosa. Los desplazados encuentran, como única vía para seguir con vida, la huida del lugar de origen. La huida implicó abandonar sus tierras y animales; las comunidades iban quedando desoladas: “con lo del PCP-SL ya la gente, el que menos se iba. Huanta prácticamente estaba casi desolado”. La desestructuración de las comunidades iba dándose en la medida que iban desplazándose los jóvenes y las autoridades, pues ellos eran objetivos claros del reclutamiento y de las persecuciones de Sendero Luminoso.
Para indicar algunos datos al respecto: “el INEI mostró estadísticamente que, a más atentados terroristas en una zona, mayor fue el desplazamiento, siendo el resultado de su cálculo que más de 600 mil personas migraron como respuesta a la violencia”. Por otro lado, cabe resaltar el trabajo del MIMDES con respecto al registro único de víctimas. Estos resultados plantean una cifra más realista. La dirección General de Desplazados y Cultura de Paz, desde el año 2005, desarrolló el Registro y Acreditación de los Desplazados Internos (RADI) en los departamentos de Ayacucho, Junín, Lima, Ica, Huánuco, Puno, Ucayali y Apurímac. Hasta el momento se han recogido 46 mil 439 fichas familiares (64% mujeres y 46% varones), de los cuales 8 mil 452 familias desplazadas registradas se encuentran en Lima (75% mujeres, 25% varones).
En Lima, los desplazados encontrarán nuevos y viejos problemas. Por un lado, los desafíos vinculados al proceso de instalación en el espacio urbano y, con ello, el hacer frente a las precarias condiciones materiales para vivir; por otro lado, la lógica perversa del racismo y la estigmatización en las acciones de persecución y torturas desarrolladas por las fuerzas contrainsurgentes (las facciones andinas y el lugar de procedencia andino eran considerados, para las fuerzas contrainsurgentes, aspectos relevantes para ser considerados presuntos terroristas), así como las amenazas de Sendero Luminoso a los dirigentes y pobladores. Es, justamente, en este punto, necesario caracterizar las condiciones materiales y organizativas de desarrollo que encontraron, y que constituyeron a su vez, los desplazados por el conflicto armado interno.
Mencionemos tres factores de contexto que permiten una explicación estructural:
– Las barriadas, los asentamientos humanos, los pueblos jóvenes, ya habían transformado el rostro urbano en la ciudad; con ello, la cultura urbano popular se sostenía sobre la base de una adaptación de la pobreza a las reglas básicas del capitalismo. Este proceso permitió el crecimiento de la informalidad y del sub-empleo. Sin embargo, dicho sector informal sirvió como impulso económico que logró, dentro de la crisis económica y política del país, la subsistencia y el crecimiento de los pueblos jóvenes.
– Las organizaciones sociales de base y comedores populares ya eran parte de la vida política y comunitaria de los pueblos jóvenes; es decir, las lógicas organizativas de estas comunidades eran reconocidas por los pobladores venidos de la migración y practicadas intensamente.
– El rol de la mujer dentro de estas organizaciones se encontraba altamente empoderado. En conclusión: pragmatismo económico, transgresión de las normas y distintos niveles de organización y participación liderados por mujeres al interior de los pueblos jóvenes.
Por lo tanto, los desplazados llegan a una Lima muy diferente a la que llegaron los migrantes de la primera y segunda oleada migratoria antes descrita. El canon de saberes y prácticas implementados en los procesos migratorios anteriores sirvió como base estructural para los desplazados. Si bien las condiciones que motivaron la migración son sustancialmente diferentes, no podemos separar el desplazamiento de las víctimas del conflicto armado interno del proceso migratorio acontecido históricamente. No obstante, a nivel social, los desplazados encontrarán dificultades adicionales en el proceso de integración al espacio urbano.
Digamos que el perfil del desplazado a causa del conflicto armado comparte características con el perfil del migrante de los anteriores años. Los desplazados eran en su mayoría quechuahablantes y aimarahablantes, así como tenían como actividad productiva principal la agricultura, la ganadería y el pequeño comercio. Sin embargo, dicha semejanza no era suficiente para generar lazos de solidaridad tan rápidamente. Los desplazados eran considerados presuntos terroristas y eran vistos con desconfianza. La desconfianza y la estigmatización formarán parte, entre otras formas de exclusión, de un conjunto de obstáculos que los desplazados encontrarán durante el proceso de instalación en el espacio urbano.
Parece ser que, en medio de las dificultades, los desplazados empezaron a sentir la necesidad de generar un tipo de integración a nivel simbólico, una forma de reconocimiento entre ellos que lograse objetivar un discurso colectivo determinado a partir de las memorias compartidas de la violencia política. La memoria colectiva del pasado traumático permitirá, de esta manera, la generación de una identidad colectiva.
La construcción de un nosotros colectivo sobre la base de la memoria colectiva responde a su vez a una estrategia discursiva que busca generar las posibilidades para la integración de los desplazados en el espacio urbano. Ser identificados como víctimas o desplazados, tendrá, para esta población de migrantes, tres funciones significativas:
– Diluir la desconfianza progresivamente y generar mejores condiciones simbólicas para el establecimiento de alianzas con otros actores tanto vecinales como organizativos e institucionales.
– Fortalecer las relaciones de solidaridad dentro de la comunidad a través del uso intersubjetivo de formas de identificación simbólica que actualizarán la identidad colectiva.
– La instrumentalización política de la memoria colectiva por la comunidad como estrategia de acercamiento al Estado y a los beneficios concretos que a partir de él la comunidad logrará obtener. Por lo tanto, la memoria colectiva permite abrir una línea de estudio que explicaría una de las formas de integración al espacio urbano de esta población de desplazados.
Conclusiones
Es preciso señalar que los procesos migratorios han generado en la sociedad peruana diversas reacciones, desde marcadas actitudes y acciones de segregación, desprecio y estigmatización, hasta procesos de acción colectiva importantes que han logrado redefinir la fisionomía y espíritu de una ciudad tradicional como es Lima. El migrante, sea cual sea la razón por la cual se moviliza de su lugar de origen para instalarse permanente o provisionalmente en otra ciudad, es portador de posibilidades de cambio. Su sola presencia y participación en la vida social dentro de una ciudad diferente a la suya implica procesos de cambios significativos. En un primer momento se observan cambios simples que se reproducen en la vida cotidiana, en el trato, en el intercambio comunicativo de experiencias culturales, lingüísticas; así como también cambios complejos que, con el tiempo, van trasformando estructuralmente la sociedad en su conjunto, repercutiendo en cambios institucionales, políticos, económicos y culturales.
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*Hernán Herbozo es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Magister en Ciencias Sociales y Humanas con Mención en Ciencia Política por la Université Lumiere Lyon 2 en Francia. Actualmente es profesor de la Cátedra en la UNMSM y se desempeña como consultor independiente en temas relacionados a proyectos de desarrollo social y relaciones comunitarias, así como al análisis de políticas públicas en materia de salud pública.
Edición: Sandra Miranda