Activismo digital: ¿cómo ir más allá del hashtag?

Por: Alejandra Bernedo

«Celulares: para mantenerte conectado con otros que también tienen celulares». Esta frase de una serie cómica norteamericana sirve para graficar parte de lo que significa hoy en día la interconexión tecnológica. La posibilidad de que cada uno, desde su propia ubicación, pueda ser leído por personas desde otro punto de la ciudad, país o continente. Esta es una realidad que tuvo casos de usos exitosos para fines loables, como la defensa de causas sociales y políticas, dando así paso a lo que hoy llamamos activismo digital.

Las redes sociales poseen un alcance mucho más veloz y global que las convocatorias presenciales y las pancartas. Sin embargo, esta viralidad crea un espejismo que impide que el compromiso deseado se refleje en acciones concretas. Revisaremos el fenómeno del activismo digital, los pros y contras de sus herramientas y cómo emplearlas para que los mensajes puedan llegar más allá del influencer, del retweet y los hashtags.

El compromiso y accionar cívico de la ciudadanía han logrado muchos de los cambios más importantes que venido presenciando a través de los años. La facilidad que existe para acceder a información favorece la difusión de material educativo para crear conciencia sobre problemáticas de distinta índole, organizar la movilización social y enviar peticiones a entidades sin trámites engorrosos y con una prontitud esperanzadora. Repasemos algunos casos que demuestran su posibilidad de éxito. Uno de los primeros fue el famoso “¡Pásalo!”, convocatoria vía SMS a la acción posterior a los atentados del 11M en España el 2004. Usando un máximo de 160 caracteres, se alarmaba sobre un gobierno que ocultaba información acerca del ataque en un contexto de vísperas electorales en los que ellos buscaban salir favorecidos. El tráfico de SMS aumentó un 20% en España ese sábado, y el domingo subió un 40%. Las primeras manifestaciones convocaron cerca de 5 000 personas, lo suficiente para que Mariano Rajoy, entonces presidente del Partido Popular, se pronunciara al respecto para la prensa escrita. Aquellos que no sabían de las manifestaciones pudieron enterarse por ese y otros medios tradicionales y unirse a la causa. Finalmente, al día siguiente, las elecciones se dieron y Rajoy saldría desfavorecido en el resultado.

Imagen: El Diario España

En Francia, las protestas en contra de la Ley Trabajo en el 2017 (que recortaba derechos laborales a trabajadores jóvenes) se organizaron a través de las redes sociales e incluso se creó una web con información acerca de ella, junto a un mapa virtual que todo usuario podía alimentar con fotografías de cómo la disconformidad con esta medida se estaba haciendo sentir en las calles de su respectiva localidad. El mapa y las convocatorias se reactivaban cada día llamando a la acción hasta que las exigencias de los manifestantes alrededor del país fueran atendidas. Las manifestaciones fueron ampliamente cubiertas por la prensa de todo tipo, y consiguieron luego de varias semanas que el gobierno replanteara esta ley.

El hashtag es otra herramienta recurrente y que fue poderosa en la lucha contra la violencia de género con el conocido #MeToo. La actriz Alyssa Milano publicó en Twitter el 2017 un mensaje que luego sería copiado y pegado por miles de cuentas a nivel mundial: “Si todas las mujeres que sufrieron acoso o agresión sexual escribieran Me Too como estado, podríamos mostrarle a la gente la magnitud del problema”. Según, CNN, solo en Facebook MeToo alcanzó 4,7 millones de menciones. Los medios cubrieron el hecho como “un fenómeno de las redes”, y atraídos por los nombres de famosos denunciados. Si bien los agresores que cayeron fueron pocos frente a la interminable cantidad de agraviadas, esto sirvió para evidenciar lo presente y minimizada que es esta forma de violencia en el marco de una sociedad desigual.

Imagen: Observatorio de violencia

Ante estos casos, entendemos que el activismo digital es de gran poder para llegar a metas difíciles de luchar. Las webs como Change.org y Avaaz permiten que lo único necesario para sumarnos a una causa sea pulsar sobre un botón virtual que suma nuestro nombre/firma a una petición que podemos compartir en nuestras redes personales para que otros usuarios la vean. Sin embargo, ¿todo es tan fácil como parece?

Existe un espejismo creado por la internet. La interconexión que existe con usuarios “alrededor del mundo” es menos global de lo que parece y tiene sus límites en factores diversos. El mensaje que queremos hacer llegar arribará a la persona que i) cuente con conexión a internet, ii) sea usuario de la red social en la que se está dando la difusión, y iii) tenga una red de amigos con intereses que coincidan en algún grado (cercano o lejano) con las ideas dadas por el mensaje y que sean ellos quienes lo compartan.

Pensando esto en la realidad latinoamericana (o en nuestro caso, la peruana), las posibilidades de que el grueso de la población se movilice se reduce al calcular la cantidad de usuarios de internet móvil permanente, y esto se reduce aún más según la red social empleada, además de verse acortada por los círculos en los que este mensaje se mueva.

En los casos exitosos que hemos citado, todos invitaban a actuar en las calles, es decir, en la “realidad”. El error del activismo digital, numerosas veces, cae en considerar la emisión del mensaje en la web como el punto final de la participación activa, cuando esto es apenas la superficie. Lo que terminan generando es, en términos del filósofo Byung Chul Han, “olas de indignación” que agolpan la atención de los usuarios, con un enojo expresado en retweets y comentarios extras, pero que nunca se materializa:

«Las olas de indignación son muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención. Pero en virtud de su carácter fluido y de su volatilidad no son apropiadas para configurar el discurso público (…). Para esto, son demasiado incalculables, inestables, efímeras y amorfas» – Byung Chul Han

Consideramos además que la sociedad individualista contemporánea, llena de personas que son su propia marca, tiene en los llamados “líderes de opinión” a los influencers de la política: gente que gusta de difundir el mensaje como parte de su marca personal, pero escasamente propone modos de sacar ese “debate virtual” a hechos concretos de la realidad:

«No obstante, parece lógico preguntarse hasta qué punto habrían sido más eficaces algunos movimientos sociales y políticos si no profesaran una fe casi ciega en la capacidad del «modelo internet», una fe que encuentra su expresión en consultas persistentes, como si pudiésemos ejecutarlo todo, como si fuese Wikipedia» – Evgeny Morozov

Bajo la visión de un mundo hiperproductivo en el que estamos siempre “ocupados” (específicamente en nosotros mismos), en el que la internet nos ha facilitado la vida y nos permite ser activos con los retweets, sin moverse de nuestras sillas, se está perdiendo la tendencia a actuar a nivel organizacional y en las calles mismas. ¿Qué hacer para no idealizar lo digital al punto de divorciarlo de la realidad? Revisando los casos exitosos pasados, podemos extraer varias ideas para ello.

* El llamado a la acción offline: el interés concentrado en la acción online necesita ser canalizado. Tal como sucedió con el Pásalo, ya sea una convocatoria de protesta, reunión, organización de colectivos, diálogo con autoridades o lo que el caso amerite, es necesario realizar acciones en el mundo real, con un potencial tangiblemente transformador.

* Compromiso: “las olas de indignación [digitales modernas] muestran una escasa identificación con la comunidad. De este modo, no constituyen ningún nosotros estable (…): en gran medida es una preocupación por sí mismo. De ahí que se disperse de nuevo con rapidez.» Byung-Chul Han precisa aquello de lo que depende todo tipo de activismo, y en este caso, especialmente el digital: fomentar la identificación de la ciudadanía, más allá de la indignación momentánea.

* Informar más allá de la opinión: es necesario estar informados, brindar herramientas para que otros se informen (y a su vez, sea posible que repliquen esto) para que puedan conocer mejor la causa. Uno no defiende lo que no conoce. Vemos que se confunde el informar con publicar una opinión.

* Descentralizar – que importe el mensaje, no el mensajero: es usual que los bloggers o usuarios con una gran cantidad de seguidores caigan en el disfrute de la popularidad y gusten ser vistos como los portadores de las opiniones más correctas. Es vital que el modo de redactar se centre en la información, sin invitar a seguirle en sus redes, ni difundir las actividades en las que participe como parte de su agenda personal, sino de forma despersonalizada. (Ejemplo: “Estoy/estamos aquí afuera del Palacio de Justicia protestando”, a diferencia de “#NoMásInjusticia protestas hoy frente al Palacio de Justicia”). Este debe invitar también a quien lo lea a sentir que tiene un espacio de expresión.

* Buscar llegar a medios tradicionaleS: un tweet que cuente con 1000 retweets, llega a 4000 likes y un alcance de 100 000 vistas, aún se encuentra en una cifra de atención que apenas llega al 1% de habitantes de una ciudad capital como Lima. Los medios tradicionales como la radio, la televisión o la prensa escrita siguen siendo quienes llegan a zonas y públicos mucho mayores, esto sobre todo en Latinoamérica, además de ser ellos los portadores del “hecho oficial”, aquel que va a concitar el interés de la entidad o autoridad a quien se le reclama.

* Hacer seguimiento de aquella causa defendida: estamos en la era de la velocidad y las famosas “tendencias” y esto nos hace olvidar que las transformaciones toman tiempo. Si queremos cambios legales, que la investigación de un caso suceda y no pare, o incluso que el pensamiento colectivo cambie, entendamos que no sucederá en unos días. El olvido y el desinterés son los mejores aliados de quien tiene el poder y se ve beneficiado a costa de los demás, pues nadie le estará exigiendo cambiar y solo debe esperar que pase la tormenta. Ser trending topic pone en apuros a algunos por unos días, hasta que todo pase, a menos que sigamos haciendo el caso presente. No olvidemos planificar estrategias de acciones con resultados a largo plazo.

La desinformación es poder. Vivimos una era que nos satura de estímulos visuales, de datos constantes acerca de qué le gusta, dice o hace cada individuo, y contenido distractor frente a una realidad difícil y hasta pesimista. Los blogs, redes sociales, canales de YouTube, y actualmente los podcasts son los recursos usados para ello, pero de los que podemos re-apropiarnos con objetivos claros de lucha en busca de conseguir el cambio social, equitativo y justo que necesitamos. Las plataformas digitales son intermediarias hacia otras más que servirán para mejorar la sociedad que vivimos. De las redes a los medios masivos, de las calles a las instituciones, de lo individual a lo colectivo. Las estructuras son difíciles de derribar, pero no si todos ponemos la mano en ello.

Alejandra Bernedo es historiadora del arte por la UNMSM. Actualmente se desempeña como gestora cultural, redactora, es colaboradora del colectivo Es Momento y Directora Periodística del Portal Politeama.pe. Alejandra también es investigadora especializada en cine, con interés en educación y política.

Edición: Sandra Miranda

Diseño de imagen: Cristhian Rojas

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