Por: José Salinas
A raíz del resultado de las elecciones parlamentarias del domingo pasado, los medios y las redes sociales han levantado su voz de alarma e incredulidad respecto a los resultados obtenidos por “Unión por el Perú” (UPP) y el “Frente Popular Agrícola del Perú” (FREPAP). El resurgimiento de ambos partidos genera sorpresa debido a su “radicalidad” y aparente marginalidad frente al espectro político tradicional, a pesar de que sean partidos que tengan cierta familiaridad con la población (el UPP como brazo político de Antauro Humala y el etnocacerismo y el FREPAP como un movimiento político-religioso milenarista cuyo fundador anunció que resucitaría al tercer día de su muerte).

Como consecuencia, y debido a la sorpresa de estos resultados, se ha generado un interés en debatir el carácter político e ideológico de estos partidos y pronosticar cuál puede ser su influencia en el futuro próximo. No se busca explicar en estos párrafos los múltiples motivos que hicieron posible el retorno del etnocacerismo y el FREPAP al mainstream político, ni tampoco pronosticar los posibles desenlaces de estos movimientos. Lo que nos interesa señalar es cómo estos resultados responden, entre otros aspectos, al desgaste del sistema capitalista contemporáneo a nivel global y de qué maneras también representan una oportunidad para la articulación de una propuesta sólida desde la izquierda frente al escenario político que se aproxima en los próximos años.

Además de incredulidad, otra reacción producto de estos resultados es confusión. En los medios y las redes sociales se está especulando bastante sobre la naturaleza de estos partidos. Desde la derecha, el fujimorismo busca una afinidad con el FREPAP con base al conservadurismo popular de sus electores. No obstante, los portavoces de este último partido han desestimado esta cercanía argumentando que son parte de la lucha contra la corrupción y a favor de la salud, la agricultura y el pueblo. Desde la izquierda, se considera que el votante etnocacerista es un votante intrínsecamente afín a las izquierdas, pero que el partido de Antauro Humala logró coaptar con un discurso étnico-nacionalista. En general, la emergencia de ambos movimientos ha generado la multiplicación de diversas etiquetas (muchas veces contradictorias) para intentar identificarlos: “ultraconservadores”, “antisistema”, “extremos políticos”, “voto radical”, etc. No obstante, considero que estas interpretaciones generan aún mayor confusión en torno a lo que estos movimientos representan.
Uno de los aspectos que estamos presenciando a nivel global es el hartazgo frente al orden político y económico neoliberal. Es decir, el rechazo masivo a la acumulación extrema de riqueza en las clases financieras y la circulación sin restricción del capital; ello, a expensas de políticas de austeridad y precarización social para los sectores medios-bajos. Múltiples protestas y reclamos contra el sistema económico son comunes en América Latina, Asia, Estados Unidos y Europa; obviamente con diversos nombres y agendas. Desde hace algún tiempo en la jerga política peruana, a este rechazo se le suele llamar ser “anti-sistema”; un término que en sí mismo no explica mucho, pero que se puede entender como un rechazo a las “lógicas del sistema”: al sentido común de que el país está creciendo, que los indicadores económicos son muy buenos en el papel, pero no hay beneficios tangibles para las mayorías.
No obstante, es importante señalar que este hartazgo no es una actitud exclusiva de sectores que se identifican como “izquierdas”. Se puede ser “antisistema” y al mismo tiempo conservador (o “de derechas”) a nivel económico, social o cultural; sin ninguna contradicción aparente. Estas son las condiciones que hacen posible la aparición de “derechas populistas” o “derechas antisistema” a nivel tanto local y global (Trump, Bolsonaro, Modi, el neofascismo europeo, entre otros). Asimismo, estas posturas pueden llevar muchos nombres (alt right, derechas populistas, derechas nacionalistas, neofascismo, etc.), pero tienen en común entre sus simpatizantes un sincero rechazo al orden económico y social neoliberal.

Por otro lado, no hay ninguna duda de que la votación por el etnocacerismo y el FREPAP se debe al trabajo político en bases que pudieron haber votado a la izquierda, pero que al final decidieron no hacerlo. No obstante, la falta de trabajo es el único aspecto que explica la votación por estas opciones “anti-sistema”. Estos votantes también tienen una opinión sobre la situación economía y política, también quieren (por lo menos en el discurso) una mayor presencia del Estado y menor precariedad social. Demás está mencionar que dentro de esta particular perspectiva “anti-sistema” también existe la percepción que se conoce coloquialmente como el tema “cultural” o de los valores culturales. Es decir, la idea de que el “sistema” representa una amalgama de varias opciones que amenazan los “valores tradicionales”, religiosos o culturales de sus votantes. Este aspecto puede debatirse más, pero al menos en lo que respecta a sus intervenciones públicas, parece que en esencia el voto a UPP y al FREPAP es un voto en rechazo al “sistema” político y económico.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre derechas e izquierdas “anti-sistema”? La radical diferencia está en sus propuestas políticas. A pesar de su aparente extremismo, las “derechas antisistema” desean regresar a cierto orden que termine con los antagonismos sociales. Para ello, buscan la seguridad que les otorga una opción política étnico-popular (el etnocacerismo) o la expresión política de una fe religiosa (el FREPAP). No obstante, a pesar de que estas “derechas antisistemas” sean síntomas de los límites del consenso neoliberal, terminan siendo plataformas para que las propias élites capitalistas puedan ocultar el grosero fracaso de este consenso. Por lo tanto, sus propuestas se traducen en el rechazo no del sistema económico, sino de elementos externos que son identificados como operadores de este antagonismo social: alcaldes corruptos, venezolanos, la “agendas” feministas y LGTBI, los blancos pitucos, etc.
Por otro lado, las izquierdas buscan (o deben buscar) propuestas políticas y económicas que cuestionen la existencia del orden político y económico actual: deben apostar por una mayor distribución de la riqueza, una mayor presencia del Estado en la economía, mejorar e incrementar el gasto social, desarrollar políticas efectivas para detener la catástrofe medioambiental, junto con continuar con los esfuerzos en igualdad de enfoque de género y derechos de minorías sexuales. A diferencia de opciones de derecha, las izquierdas no buscan recomponer cierto sentido de orden imaginario para hacerle frente al fracaso del proyecto neoliberal, desarrollan propuestas políticas concretas, interrelacionadas y que siguen un mismo objetivo: promover mayores grados de igualdad e inclusión la sociedad. Las últimas elecciones del domingo demuestran lo que ya es evidente en muchas partes del mundo: el sistema actual económico y político no da más, está perdiendo legitimidad.
Al corto plazo, las izquierdas tienen un año para recomponerse y ganar esos sectores “anti-sistema” que no votaron por ellas. Para el mediano y largo plazo, y quizás más importante, tienen un escenario más claro para saber dónde colocar sus prioridades y conformar propuestas y cuadros al respecto. Cambiar todo un sistema es muy difícil, pero finalmente las izquierdas del siglo XXI tienen la claridad histórica para llevar a cabo esta labor.
José Salinas Valdivia es estudiante doctoral en estudios hispánicos en Washington University in St. Louis, Estados Unidos.
Edición: Sandra Miranda
Diseño de imagen: Cristhian Rojas