Por Gabriel Antúnez de Mayolo Kou
De la larga discusión en torno al discurso de Greta Thunberg en la ONU, en el que critica con fervor a los representantes del mundo por su inactividad en resolver el conflicto del cambio climático, la controversia se concentró en su edad y la pregunta de cómo, a sus 16 años, ésta activista fundadora del movimiento huelguista “Viernes por el futuro” consiguió ese poder. Mostrando orgullo, enojo e, inclusive, con vergüenza, los medios sociales abrieron la posibilidad de comentar sobre la identidad, la necesidad, la salud, el privilegio y el “derecho” de que una persona de corta edad pueda encontrarse en este cargo. En un comentario personal, Santiago Bullard, miembro del grupo NAT FOR LIFE sintetiza bien esta polémica tan amplia y desigual, al notar que “el núcleo de la cuestión no es ella, ni sus padres, ni el país del que proviene, ni nada de eso. El tema de fondo es que existe una preocupación masiva por el futuro de nuestra miserable especie, y que la gente prefiere tumbarle el quiosco a una adolescente de 16 años que hacer algo al respecto.”
Frente a esta discusión, de por sí interminable y tediosa, se aprecian paradojas que dificultan delimitar los bandos. Ya sea por Twitter o Facebook, es posible ver comentarios que critiquen su privilegio, por su origen sueco, junto con otros que rescaten su foto con Hugo Blanco, activista peruano por la Amazonía y ex político de izquierda. Ante esta imagen, es posible denotar una dificultad de los medios y usuarios para entender el objetivo de la activista, más allá de su alcance mediático o no. No sigue los patrones usuales de defensa de la comunidad o la lucha ambiental, sino algo más particular y poco definido. Mediante esta oposición, es posible notar cómo el mundo no puede comprender su lógica o comprensión no por una diferencia cultural o de medios, sino generacional. Limitarse a encasillarla como una activista de corta edad significa no reconocer a un ente demográfico nunca antes visibilizado que el mundo intenta entender.
No es sorpresa que en la amplia mayoría de opiniones la edad de la representante sobresalga en los argumentos, tanto a favor como en su contra. Tampoco es extraño que fuera una sorpresa verla en esta cumbre reciente: de representantes como Malala Yousafzai o la propia Alexandra Ocasio-Cortés, políticas capaces de discutir y negociar con los poderes dentro de un perfil joven y novedoso, aparece un nuevo sujeto demográfico en el espacio público más agresivo y menos conciliador en el debate. “Viernes por el futuro” es un movimiento masivo que desde su nombre subraya su carácter escolar como rasgo esencial. Ni siquiera es juvenil, al mero estilo de mayo del 68 o las protestas latinoamericanas frente al autoritarismo, sino de un grupo demográfico mucho menor, menos conectado con las líneas políticas y sociales tradicionales. Sus características dificultan a la oposición criticarla por inmadurez y también a sus propios aliados adultos, incapaces de identificarse con ella. Ante un objeto tan particular, éste nuevo sujeto demográfico, más allá de sus propuestas, sólo puede generar preocupación. Sin necesidad de enfatizar, Thunberg anuncia que moverán todo: el cambio climático parece ser la primera exigencia de cualquier problema que el planeta debe resolver .
Aunque esto parezca una novedad, el caso de Thunberg no es el primero. Luego del tiroteo en la escuela Stoneman Douglas de Florida, Estados Unidos, fueron los jóvenes escolares los que confrontaron al NRA y al gobierno local para exigir la prohibición de armas en el estado. En el 2011, Chile vivió la mayor huelga estudiantil desde su regreso a la democracia y esto volvió a repetirse a comienzos del presente año. La propia huelga “Viernes por el futuro” es organizada por estudiantes juveniles con resultados mundiales, del cual Thunberg se presenta como la punta del iceberg. Finalmente, podríamos considerar otros ejemplos de carácter micro, como las protestas en Brasil, que incluyen escolares y universitarios jóvenes, así como los movimientos LGTBI, cuya aceptación crece considerablemente entre los llamados “millenials”. En un contexto mundial dominado por la figura del “baby boomers” que destruye al planeta, este nuevo ente demográfico se presenta más dispuesta a arriesgar y exigir cambios bruscos dentro del esquema global. A diferencia de las generaciones del 90 y 2000, con los cuales dialogan, los binomios de derecha e izquierda, conservador o liberal, son categorías capaces de dejarse de lado por otros temas urgentes. La sobrevivencia básica se vuelve la necesidad principal. El futuro deja de convertirse en una utopía para ser una exigencia. Ya sea reconociendo sus logros o influyéndose entre ellos, todos estas actividades pueden unirse como red mucho más eficazmente que en el pasado. Va más allá de la tecnología que dominan desde que nacieron; es el reconocer problemas símiles que pueden compartir e identificarse. Frente a una sociedad que parece sólo lamentarse de Trump, Bolsonaro o Boris Johnson, se despierta un eje activo que intenta cambiar el sistema de manera total.
Es interesante que las discusiones y comentarios sobre este tema no hayan podido entender este punto. Por un lado, los críticos más conservadores no pueden dejar de lado el contenido político y social en sus críticas y tienen que referirse a categorías clásicas, como el socialismo o la “crisis económica”. No les queda otra que utilizar la conspiración como único argumento posible. Por otro lado, una respuesta ceñida a la identidad hegemónica de Thunberg frente a las víctimas indígenas ignoradas del pasado, como ya se ha mencionado, continúa con debates históricos que ya no parecen primordiales para esta generación. No es que no los visibilicen o reconozcan, sino que dificultan su interés por solucionar los problemas mayores. Ante la posibilidad de recordar y ensalzar a los líderes y víctimas como mártires, hay más disponibilidad para reconocerlos como precursores de las futuras transformaciones. De esta forma, ante una historia que buscó construir puentes multiculturales, el nuevo grupo prefiere armar el aparato que detenerse a conversar.
Obviamente, todavía es muy temprano para analizar completamente este fenómeno, dado que, como toda generación joven, cualquier propuesta va a pasar por errores y problemas históricos. Sin embargo, estos fenómenos recientes sí permitan visibilizar el estado actual de la sociedad y sus problemas aún vigentes. Es la población mayor la que no quiere seguir atada a Europa en Inglaterra. Son los empresarios adultos los que no desean mejorar la educación escolar y universitaria en el Perú. No es extraño ni ilógico que estén disgustados por estos problemas; por el contrario, y volviendo a la fotografía de Hugo Blanco, la sorpresa es la aparición de un grupo de personas que ejerzan lo articulado, exigido y tantas veces analizado durante tantos años. Lo interesante de este trabajo es que requerirá responsabilizar, en mayor o menor medida, a los culpables del caos que están fuera de su rango demográfico. No habrá excepciones.
Diseño de imagen: Cristhian Rojas
* Gabriel Antúnez de Mayolo Kou es estudiante de doctorado en Estudios Hispánicos de la Universidad Washington en St. Louis. Sus puntos de interés son la cultura juvenil en la región andina del siglo XX, los movimientos literarios en los años 60 y el concepto de contra-cultura en el espacio artístico latinoamericano.