Por: Hernán Herbozo Sarmiento
El inicio de la campaña electoral en Argentina abre muchas preguntas sobre el futuro de una potencia regional que atraviesa momentos difíciles. Hace unos días, la cuestionada ex presidenta Cristina Fernandez de Kirchner anunció que no será ella, sino Alberto Fernández (ex jefe de Gabinete de Néstor) el candidato presidencial, apuntando ella a la vicepresidencia. Esta decisión remueve el escenario político argentino fuera y dentro del peronismo. ¿Pero qué es el peronismo hoy en día? ¿Cómo llegó el kirchnerismo a dominar el discurso peronista? ¿Es puramente populismo o algo mucho más profundo? Hernán Herbozo analiza los principales puntos de un movimiento político que define a la Argentina.
El análisis del peronismo, a través de sus diversas formas de expresión política, permite establecer un esquema complejo y a la vez dinámico de la historia política contemporánea en Argentina. El peronismo discursivo se encuentra incorporado en el imaginario político y social argentino, lo cual demuestra que sus límites se establecen sobre la base de ciertas características propias de su dimensión populista. Independientemente del programa de reformas económicas, el populismo peronista ha persistido en la configuración de las relaciones sociales entre los actores políticos en los distintos escenarios de la historia contemporánea argentina.
Como lo manifiesta Laclau, el pueblo no constituye una expresión ideológica, sino una relación real entre agentes sociales. En otro término, es una forma de constituir la unidad del grupo. En ese sentido, las categorías principales del discurso peronista han sido movilizadas en la retórica de los diversos peronismos establecidos en función a las características propias de los regímenes políticos acontecidos desde la etapa de la transición democrática.
Menem, quien implementó a través de la política de la convertibilidad y del Plan Brady las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en el llamado Consenso de Washington, no dejó de elevar las viejas formas políticas del peronismo, adaptándola al pragmatismo de su régimen, tales como: i) la articulación de un discurso populista, es decir, la construcción simbólica de un nosotros colectivo que buscaba desestabilizar las bases de los gremios y sindicatos, posicionando, de esa manera, la visión del régimen a través del desarrollo de acciones clientelistas; ii) la consolidación de la hegemonía y acumulación interna del poder, aspectos característicos del peronismo; iii) la ruptura con el discurso justicialista del pasado y configuración de una nueva versión de las ideas progresistas sobre la base del desarrollo de las reformas neoliberales; iv) el establecimiento de acuerdos con caudillos sindicalistas tradicionales; v) construcción del “otro” opositor, es decir, del adversario necesario para la consolidación de la existencia de un “nosotros colectivo” llamado a generar los grandes cambios, las grandes transformaciones históricas.
Los peronistas históricos, la versión más radical del justicialismo, representaban otra forma de expresión política, vinculada a las ideas redistributivas y participativas de la ciudadanía, así como al control de las intendencias y gobernaciones provinciales. Sin embargo, la idea que los vinculaba era el establecimiento de la hegemonía y la dirección, aspectos que, a la larga, significaron el estancamiento en la generación de posibilidades de crecimiento del peronismo en épocas ya del kirchnerismo y el impulso de nuevos cuadros políticos capaces de refrescar los viejos discursos del peronismo e incorporarlos en nuevos escenarios globales. Estas serían, a grandes rasgos, algunas de las características principales del régimen menemista, el cual combinó un notable discurso de arraigo peronista, así como un estilo político de gobierno centralizado en la idea del “jefe”, del líder carismático, y un régimen de reformas estructurales de orientación neoliberal. Sin embargo, es preciso dar cuenta de cómo el discurso peronista se expresa también en el régimen kirchnerista.
El gobierno kirchnerista se caracterizó fundamentalmente por su ambivalencia discursiva. Por un lado, una orientación progresista del discurso, estableciendo vínculos y acuerdos con el Partido Justicialista, con el objetivo de mostrar apertura. Ello implicaba generar una alianza duradera con los sectores más conservadores y reaccionarios como el Conurbano Bonaerense y los gobernadores de provincia. Por otro lado, se estableció un acuerdo con Hugo Moyano, quien representaba a la clase emergente, de ideas anti-neoliberales y nacionalistas. De manera articulada, el kirchnerismo, en su afán de reestructurar institucionalmente el país a partir de la adopción del modelo de las commodities en contraposición del modelo del ajuste estructural menemista, implementó políticas económicas orientadas a mejorar las condiciones de vida de los sectores más vulnerables y las clases medias, así como a incrementar la rentabilidad de las empresas gracias a los altos precios de las materias primas.
No obstante, dicha bonanza desembocó en lo que Natanson llamaría un proceso de “normalidad decepcionante”, puesto que de las ideas de cambio y reconfiguración institucional se pasó a una especie de «persistencia necesaria del modelo impuesto», para que la crisis no estalle debido al déficit generado por la creciente demanda de importaciones por parte de la industria y por el desequilibrio de la balanza energética, realidad que desembocó en una “restricción extrema”. La ruptura generada por el kirchnerismo respecto al modelo político tradicional de los presidentes desde la transición democrática, presupone la configuración de un nuevo pacto social y un verdadero fortalecimiento de las relaciones entre el Estado y sociedad. Sin embargo, dicha ruptura significó para el régimen de Nestor Kirchner la necesidad de poner en marcha políticas redistributivas condicionadas por un contexto económicamente complejo debido a las políticas económicas del ajuste estructural emprendido en los regímenes anteriores.
Ahora bien, el kirchnerimo, fuera de la propuesta de generar condiciones favorables a nivel social y político para el establecimiento de un nuevo pacto de institucionalidad, no generaba mayor nivel de repercusión y cambio en la estructura económica y política. Todo lo contrario, las medidas populistas iban desgastando el principal capital político del régimen, el cual se expresaba en un marcado estilo peronista, además de ir perdiendo, de manera progresiva, la hegemonía construida en su momento por Néstor Kirchner.
El discurso de la esperanza y de los nuevos tiempos llenos de dignidad, basado en un notable discurso justicialista, iba desgastando al régimen. La fórmula de la hegemonía en función al líder carismático trajo consigo un debilitamiento político significativo, perdiendo espacios políticos ganados y sin capacidad para construir nuevos cuadros políticos que puedan refrescar el discurso del kirchnerismo y revitalizarlo a nivel de intendencias y gobernaciones. El kirchnerismo se estancó en un discurso que tenía más de retórico que de pragmático, sin capacidad de construir nuevas propuestas sobre la base de una apertura democrática hacia distintos sectores. Redujo su estrategia de cooperación negociada del massismo y a oposición del kirchnerismo, quienes englobaban a un grupo heterogéneo de intendentes y gobernadores ideológicamente conservadores.
En ese sentido, la imposibilidad de una adecuada articulación política entre los sectores del peronismo significó el avance de la derecha representada por Mauricio Macri, ex jefe del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Macri, primer presidente de derecha democráticamente elegido en la historia argentina, implementa políticas económicas de ajuste estructural para revertir los efectos de recesión heredado por el kirchnerismo. Sin embargo, desde el lado social, Macri conserva el impulso de la política de protección social emprendidas por Kirchner, generando confianza y apertura en la población.
Desde una perspectiva histórica, el peronismo podría ser conceptualizado no solamente como una corriente político-cultural, una forma de hacer política, como lo sugiere Natanson, sino como una forma de pensar la política, una identidad política expresada en la memoria colectiva del discurso y programa político de reivindicación social impulsado por el líder carismático Domingo Perón. En esa medida, el peronismo podría no ser únicamente una corriente política o una suerte de movimiento político policlasista, sino también, y sobre todo, ser y funcionar como una identidad política, una manera específica del discurso populista estructurada sobre ciertos aspectos indispensables que componen un tipo de identidad, la cual no sería estática sino dinámica, capaz de expresarse en distintas formas políticas sin perder ciertos aspectos exclusivos propios y característicos del peronismo.
Por ejemplo: el caudillismo, el cual se expresa en la construcción de la hegemonía y en el afán de direccionamiento y control; la orientación social, es decir, la idea de reivindicación de las clases menos favorecidas; un discurso populista orientado a establecer una identidad social sobre la base de la construcción de un “nosotros colectivo” y un “otro” que se representa como enemigo necesario. Estas serían, principalmente, algunos de los rasgos característicos del peronismo que perduran incorporados en formas diversas de expresión política.
Comparativamente, el populismo kirchnerista presenta rasgos similares a los del populismo desarrollado por los gobiernos de la región que formaron parte de lo que se llamó el “socialismo del siglo XXI”; sin embargo, también presenta rasgos particulares que merecen ser detallados. Es importante señalar que las similitudes también son corroboradas entre los regímenes fujimorista y menemista. Así como el fujimorismo, en el caso peruano, estableció un régimen basado en el paulatino proceso de deslegitimación de las instituciones democráticas y en el desmantelamiento del modelo Estado protector, Menem implementó un régimen similar, ambos en un contexto sistémico de ajuste estructural y bajo un estilo político neopopulista.
El neopopulismo es, fundamentalmente, una categoría que permite establecer un proceso de sistematización de ciertos patrones característicos en el estilo político de un conjunto de regímenes tales como: a. el patrón de liderazgo político personalista; b. movilización política vertical; c. coalición de apoyo multiclasista; d. ideología ecléctica y anti-establecimiento; e. instrumentalización de las políticas redistributivas bajo una perspectiva clientelar. Pese a las similitudes entre el menemismo y el fujimorismo, cabe resaltar que el menemismo fue un neopopulismo con ciertos aspectos populistas tradicionales empleados como herencia del peronismo que, como se ha señalado, forma parte del imaginario político y social de los argentinos, sea para abrazar sus ideales y reivindicaciones o sea para criticarlos.
El fujimorismo, en cambio, representó el camino hacia el desmantelamiento de la democracia y de sus instituciones como método para establecer nuevas reglas y/o nuevos pactos autoritarios en función a los intereses personales y partidarios del régimen, es decir, una suerte de democracia a la carta que significó para el Perú un gran salto hacia atrás en lo político (fractura de las relaciones sociales en torno a formas de participación política), social (una sociedad sometida a los imperativos clientelistas del régimen, recorte significativo de los derechos sociales y corrupción generalizada) y económico (liberalización de los servicios públicos, privatización de fuentes estratégicas generadoras de riqueza, persistencia del modelo primario exportador sin activación de una economía diversificada, etc).
Luego, entrado el año 2000, la tendencia política en la región dio un nuevo giro hacia la izquierda. Sin embargo, es preciso resaltar que el kirchnerismo, a diferencia de los regímenes de Hugo Chávez y Evo Morales, no fue un socialismo del siglo XXI exacerbado y con políticas puramente redistributivas. Kirchner practicó un estilo político populista, enarbolando las banderas de la institucionalidad, del restablecimiento del pacto democrático, de los derechos humanos, así como estableciendo políticas de protección social orientadas a generar seguridad y mejores niveles de vida para las clases más vulnerables. Su discurso estuvo orientado a romper con el pasado corrupto de los regímenes autoritarios y militares. Sin embargo, su accionar político fue también pragmático, estableciendo acuerdos con diversos sectores, desde conservadores peronistas hasta progresistas de la clase emergente representados por Hugo Moyano. Mientras que los regímenes del socialismo del siglo XXI, básicamente representados por Hugo Chávez y Evo Morales, establecían políticas económicas populistas marcadamente redistributivas, Kirchner mantuvo una posición más bien conservadora en lo económico, ligado aún a ciertos aspectos que dejó el ajuste estructural.
A manera de conclusión, se puede señalar que el kirchnerismo, como expresión de una de las formas populistas del discurso peronista, generó en la sociedad argentina aires renovadores y entusiasmo por abrazar la institucionalidad, sobre todo por aquellos grupos vulnerables y marginados que fueron duramente golpeados por los regímenes pasados. En ese sentido, es importante resaltar la función social del populismo no solamente como un estilo político sino como una fuente generadora de lazos sociales y de integración de colectivos sobre la base de idearios. Lo que no obsta que dicha función del populismo deba ir acompañada de una organización y estructura política mínima que sea capaz de movilizar, participativamente, propuestas partidarias y, por tanto, sueños democráticos por cumplir.
Bibliografía utilizada en este ensayo:
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- Schuttenberg y Rosendo (2015). El kirchnerismo antes del kirchnerismo”. Aproximaciones ideológicas en los albores del gobierno de Néstor Kirchner. Revista Estado y Políticas Públicas, Nº 5. Año 2015. pp. 63-80.
- Svampa (2013). La década kirchnerista: Populismo, clases medias y revolución pasiva. LASA Forum Universidad Nacional de La Plata, vol. XlIV.
*Hernán Herbozo es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Magister en Ciencias Sociales y Humanas con Mención en Ciencia Política por la Université Lumiere Lyon 2 en Francia. Actualmente es profesor de la Cátedra en la UNMSM y se desempeña como consultor independiente en temas relacionados a proyectos de desarrollo social y relaciones comunitarias, así como al análisis de políticas públicas en materia de salud pública.